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Clive Barker y Hellraiser, del lado más oscuro del terror

Foto del escritor: TerrorTotalTerrorTotal

Sin lugar a dudas, la franquicia de Hellraiser se convirtió con los años en un ícono poco más que fundamental en la historia del cine de terror. La atmósfera en extremo oscura, la palidez mortecina durante los pocos instantes forzados de luz, las criaturas escalofriantes, el carácter sombrío e intrincado de las potenciales víctimas, la volvieron única en su tipo.


Detrás de la estética aterradora, de la mitología original sustentada a partir de toda obra literaria sólida, existe una exploración por momentos barroca de la naturaleza o la psicología de personajes basados en los de la vida real, dejando serias dudas acerca de si los seres humanos son realmente buenos en esencia. La saga no presenta bandos delineados. El bien y el mal luchan entremezclados dentro del mundo interior de cada uno, con sus ambiciones, carencias, búsquedas e intereses, limitando el libre albedrío a la reacción ante los distintos grados de perversiones particulares. 


Para abordar mejor el punto de vista de la obra, es necesario primero recalar en su autor, Clive Barker. Nacido en Liverpool, Gran Bretaña, el 5 de octubre de 1952, estudio inglés y filosofía en la universidad de su ciudad natal. Sin embargo, antes de transformarse en un destacado artista visual, escritor o director, luego de mantener relaciones de manera indistinta con hombres y mujeres, ejerció la prostitución masculina para hacerse un lugar en el mundo de la literatura.



Quizás a raíz de ese motivo las primeras obras de Barker hayan despuntado por la violencia de su contenido, la fuerte presencia de la sexualidad y el atractivo de algunas de sus creaciones, aún sin contar con un estilo destacado ni la presunta capacidad para perturbar al lector a través de grandes detalles. Así mismo, tras leer sus cuentos en libros de edición económica, el ya consagrado Stephen King parafraseó una frase del roquero, Bruce Springsteen al iniciarse en la música: “He visto el futuro del horror y su nombre es Clive Barker”.


Tal era la impronta del multi artista, también autor del guion, que Hellraiser se iba a llamar en realidad 'Sadomasochists Beyond the Grave', cuya traducción del inglés significa “'Sadomasoquistas más allá de la tumba', título escandaloso para una moralidad dando sus últimos estertores hacía bastante tiempo. Lo demás era llevar la obra maestra a la gran pantalla, aunque el nombre debiera ajustarse a los estándares de la época y sintetizarse de manera necesaria para pasar a la posteridad.


Desde el principio, el creador de “Candyman” tuvo muy claro que se trataría de una película de terror de bajo presupuesto, del tipo de las de serie bé. El proyecto recién pudo cristalizarse cuando el productor, Christopher Figg, aportó la nada despreciable suma de 900000 dólares. Al poseer el argumento una temática contrapuesta a las del arquetipo de su generación, pasaba por otorgarle a los personajes una estética diferente para llamar la atención del público. El resto es historia.


El resultado fue un producto innovador excepcional y vaya, si quedó en los anales de las piezas predilectas de los amantes del lado oscuro por sus increíbles aportes al género. Tanto, que hasta la fecha Hellraiser sigue siendo objeto de discusiones, debates, lo cual la ubica como una obra integral, preferente, más allá de las aportaciones fantásticas, el gore, el horror superficial o de la mera trama, de donde afloran numerosas sub historias obligando a ver la cinta varias veces.  



Los cenobitas, la misteriosa caja de Pandora -ambos elementos de fantasía- visibilizan o reemplazan los estímulos verdaderos de la cotidianidad para catalizar las distintas respuestas ante el dolor, el placer y la ambivalencia propia de la naturaleza humana. Nunca antes las preferencias, los celos, el deseo sexual, el egoísmo, las formas acaparadoras, la ambición ni la falta de escrúpulos a la hora de conseguir un fin, innatas en mayor o menor proporción, habían quedado evidenciadas con semejante contundencia.


La mítica primera parte, el punto más alto de la saga, estableció la calidad, como las bases y el rumbo de las siguientes. Los efectos especiales junto al maquillaje empleado fueron inmejorables para su tiempo, sentando un genuino precedente en ese sentido hasta la actualidad sobre todo en las tres primeras entregas, dejando el consabido legado inobjetable que influyó decisivamente en materia de arte o cine.


Barker comprendió pronto que por su indiscutible carisma, personalidad, voz impactante, el eje central de su trabajo filmográfico debía ser su antiguo compañero de secundaria, Douglas “Doug” Bradley, con quien se dio el gusto de trabajar en pequeñas obras mientras cursaban estudios a principios de los años 70.



El paso del tiempo lo vería convertido en empresario, apareciendo en la archi difundida propaganda de una conocida empresa de seguros, desempeñando actuaciones de voz y prestándola a algunos temas de la banda de metal extremo, Cradle of Filth.


Estrenada en 1987, Hellraiser, basada en la novela corta The Hellbound Heart (El Corazón Infernal) resultó opresiva y perturbadora desde el comienzo hasta el final. La estética gótica, los escenarios lúgubres, la utilización de matices de color densos, además de la banda sonora inquietante, lograban sumergir al espectador en un mundo de pesadilla.


Uno de los mayores aciertos de la película radica en la elaboración de personajes complejos, en comparación a los estereotipados o planos de la mayoría de las cintas destinadas al consumo masivo. Larry Cotton, interpretado por Andrew Robinson, es un padre de familia quien tiempo después de enviudar, vuelve a casarse con la infiel, oscura y ambiciosa Julia (Clare Higgins), contra la voluntad de su única hija, Kristy (Ashley Laurence), que la detesta al percibir en ella una malicia fuera de lo común. Los presentimientos no la engañan del todo. Para ese mismo tiempo, la flamante esposa sostiene relaciones con Frank, el pervertido e inestable hermano de Larry, al cual no puede retener a su lado.


Por su parte, los continuos periplos del amante lo arrastran a Oriente donde a cambio de una suma considerable de dinero, adquiere la caja de Pandora, una suerte de antiguo cubo mágico que de resolverlo, le otorgará el éxtasis perpetuo. Hastiado de los placeres del mundo, sin hallarle sentido a la vida, decide experimentar con la caja en uno de sus esporádicos regresos a la antigua casa familiar.



En el interín es sorprendido por los cenobitas (Simon Bramford y Grace Kirby) encabezados por Pinhead (Doug Bradley), criaturas que lo arrastran al infierno donde pertenecen y del cual logrará retornar, cuando la sangre de Larry tras sufrir un accidente doméstico caen donde murió Frank, desatando el caos.


La constante presencia de motivaciones, de conflictos internos de los protagonistas, funden a víctimas con victimarios en la lucha por la consecución de sus fines personales, volviéndose más atractivos para la exigencia de realismo del público, asqueado de la comedia.



Había nacido el icónico Pinhead, que junto a los misteriosos cenobitas quedaría grabado para la posteridad, forjados a partir de diálogos rozando lo teatral, sumada una estética única, de la mano de cierto estilo de perversión capaz de cosechar fanáticos en el mundo entero. La falta de respuestas a los interrogantes planteados, el abrupto desenlace, dejó las puertas abiertas a la consiguiente secuela, al saber equilibrar los momentos lentos con los de tensión a expensas del el ritmo narrativo, aunque sin salirse de la atmosfera lograda.


Para el año siguiente estuvo lista la secuela, llamada Hellraiser 2 Hellbound, en la cual se profundiza el mundo de los cenobitas y su dimensión infernal, respondiendo algunas de las inquietudes del público acerca de la trama. En medio de esta visión más detallada, de a ratos afloran efectos especiales de alta gama que pueden estar a la altura de los actuales, donde aparecen nuevas criaturas aterradoras junto a las usuales, destacándose los detalles en las fases donde se transforman.



Los ambientes cerrados, claustrofóbicos, redoblan la sensación de horror, de desesperación, sustentados sobre una atmósfera de oscuridad opresiva que sorprende por su profundidad, llamando la atención del público al no encontrar otra clase de films que pueden equipararse en ese sentido.


Al contrario de la antecesora, de trámite intenso, filmada dentro de la casa donde transcurren los hechos o utilizando planos cerrados en los escasos exteriores, esta posee más dinamismo al enfocarse en varios lugares, ofreciendo sitios abiertos como la escena del infierno. Lo gore a veces en exceso, la violencia explícita, supera las expectativas al punto de situar el film como uno de los más recordados de la saga.



Ya sin Clive Barker en la dirección, sustituido por Tony Randel pero ligado a la parte de producción, la trama de la película puede resultar compleja y difícil de seguir en algunos momentos, lo que puede distraer al espectador de la experiencia visual, al caer en desesperación por no alcanzar a comprender los sucesos del todo. Otra importante carencia es la de desarrollo, de profundidad de los personajes secundarios, los cuales sencillamente no conectan nunca con el espectador. Si bien buena parte de los actores de la primera dan a entender se trata de una continuación, abrir el universo de Hellraiser no siempre significa unir, porque se puede correr el riesgo de distanciar los argumentos como ocurre en este caso pese a estar a la altura del trabajo anterior.


Por desgracia, no sería así con las películas producidas a continuación. La preponderancia del gore sobre lo argumental, una de las fortalezas indiscutibles de las dos películas iniciales, pareció restarles calidad y brillo a las sucesivas secuelas. De igual manera, los efectos especiales resultaron mucho menos sorprendentes, aunque lo peor de todo fueron las drásticas variaciones en el desempeño de los cenobitas, aspecto básico de la columna vertebral del libro.



A medida que se iban sucediendo las historias, el contenido iba decayendo, quedando reducido a una exhibición de violencia extrema al desentenderse de los geniales puntos de partida establecidos por parte de Barker, reiterándose a si mismas y carentes de nuevos aportes o variaciones de consideración.


Estas particularidades pueden notarse cuatro años después, en la película de 1992 Hellraiser 3: Hell on Earth. La actuación Doug Bradley como Pinhead fue soberbia como de costumbre. Con una trama dinámica, alejada de los tópicos de las entregas anteriores comenzando por el asesinato de los cenobitas, encuentra variables adecuadas para continuar la historia siempre abusando del gore o la violencia en detrimento de la solidez argumento. En los créditos finales suena “Hellraiser”, el tema musical del bajista y cantante, Lemmy Kilmister, interpretado por la banda de heavy metal, Mötorhead.



Por desgracia, lo peor estaba a punto de ocurrir al defraudarse a los fans de una manera que no admite retorno: Intentar blanquear, endulzar y hasta volver más comercial una franquicia destinada a ser la reina de la oscuridad. Esa traición imperdonable llegó con la introducción de elementos de la comedia como el del humor negro, restándole seriedad para añadirle irreverencia, hecho que afecto a la esencia real de la saga junto al uso de una estética más comercial, menos inquietante u oscura. Con el escaso impacto de los nuevos cenobitas, lejos de la presencia imponente de los antiguos, las escandalosas dosis de gore, de violencia a veces injustificada y de humor inconveniente, el alejamiento del terror psicológico por otro más estándar, todo indicaba que todo el conjunto se hallaba en un coma irreversible.


La decepción se acentuaría con la llegada de Hellraiser 4 Bloodline, de 1996. Los fanáticos pusieron el grito en el cielo al notar que se aleja demasiado de la atmósfera oscura y psicológica de las primeras entregas, para centrarse en una trama más sci-fi, con viajes espaciales y un enfoque más en la creación de la Configuración de los Lamentos. Ni siquiera Pinhead se salva de la caza de brujas, al vislumbrarse casi como un cameo en lugar de aparecer como personaje central, casi el convidado de piedra perfecto para otorgar falsa cohesión al argumento, alevosamente alejado de la idea original.



A pesar de ser otro intento de expandir el universo de los personajes, de descubrir mundos igual de complejos, de los reiteradas abusos de gore para medio cubrir las expectativas de un público a estas alturas desencantado, existen aspectos muy dignos de criticar. Los personajes se tornan decididamente más planos. No se desarrollan como en pasadas entregas, actuando como arquetipos fuera de la realidad. El ritmo decae de forma ostensible, incurriendo en una lentitud exasperante, colmada de diálogos poco creíbles. A la trama olvidable, caben agregar los efectos especiales pobres, cuando antes rozaban la vanguardia, la actualidad, acabando de destruir la poca calidad preexistente. No faltarían quienes daban por hecho el fin de la franquicia, al suponer estar asistiendo a su funeral, pero en ese sentido estarían equivocados.



Hellraiser 5: Inferno llegaría recién en octubre del 2000, en otro intento de infundir vida a una sucesión de calidad decreciente. Para la ocasión, Doug Bradley, ofrece una actuación sólida y compleja, aportando profundidad a la historia, reivindicándose con esta destacada participación de la pasada. En esta ocasión, el presupuesto destinado en materia de producción fue menor, apostando con fuerza a la puesta en escena de los efectos especiales para recobrar el viejo vigor perdido. El argumento recupera en parte el interés del espectador, al devolverle a los cenobitas su presencia imponente a cuentagotas, sin retomar la esencia de la trama en absoluto.



De alguna manera, el film cumple con la misión encomendada de darle cierto “aliento” a las expectativas referentes a las posibles continuaciones, aunque para estar a la altura de una saga de lujo como la de Hellraiser es necesario más que los aportes corrientes, al no tratarse de películas del común. Por esa razón no cumple con los requisitos de horror o misterio de las predecesoras, poniendo en la balanza de evaluación el ritmo irregular no del todo falto de tensión ni atrapante, pero el cual descarrila debido al final abrupto e incoherente, pretendiendo dar la sensación de dejar cabo interrogantes o cabos sueltos a resolverse en siguientes entregas.



Para Hellraiser 6: Hellseeker de 2002, la suerte volvía a parecer estar echada. La trama se considera bastante enrevesada y carente de la atmósfera de terror psicológico que caracterizaba a las primeras entregas. La conexión con las películas anteriores se siente débil, mientras la historia se centra en un protagonista nuevo, lo que desconecta al espectador de la saga.


El colmo fue cuando Doug Bradley, alma de las películas, volvió a ser relegado de protagonista principal a participante especial, dejando de ser el villano empeñado en desatar el inferno donde tenga lugar su aparición. Los efectos especiales dan la impresión de reivindicarse un poco, sin alcanzar la excelencia que otrora asombró a la crítica. En cambio, el colmo fue restar impacto y fortaleza al gore, cuando se trataba del puntal principal frente a la ausencia de guiones sólidos, derivados de la pluma de Clive Barker.




La dirección, esta vez a cargo de Rick Botta, ofrece poca claridad. Más bien se debate entre el subgénero del terror psicológico y el slasher, sin terminar de satisfacer ni destacar en ninguno de los dos, quedándose como quien dice, “sin el pan y sin la torta”. A ese efecto, al resultar inevitable las comparaciones el balance volvió a ser muy desfavorable.


Este nuevo descenso de la calidad, volviendo las secuelas material apenas coherente al de serie bé, acabó siendo incomprensible al contarse tras bambalinas con un autor de enorme jerarquía y una producción escatimando lo que a la postre, de recuperar la esencia, sería un número puesto.



Hellraiser 7 Deader, de 2005, es otro intento -y van- de renovar el legendario clásico, pero absteniéndose de apelar a las fórmulas aseguradoras del éxito. Si bien tampoco logró escapar de las odiosas comparaciones, la tan criticada perdida de la esencia, de la profundidad, a expensas de retomar el exceso de gore, pudo conectar con las flamantes generaciones de espectadores, ajenos quizás en parte a los dos primeros clásicos de culto.



Finalmente, se hizo posible la tan deseada actualización de la película 18 años después. La inducción al subgénero del terror cósmico, además de la aplicación de una estética más moderna tomando en cuenta a sus similares, merecieron los elogios de la crítica especializada. La calidad de los efectos volvió al asombro de los primeros tiempos, optimizando las escenas perturbadoras y las sangrientas por igual.


Pero lo mejor fue la intención comprobada de apartarla fríamente de aquellas secuelas fallidas, amenazando con perder el favor de los fans que alguna vez supo cosechar, generando la sensación de estar volviéndose a poner los motores en marcha.



Aprovechando el impulso, ese mismo año se estrenó Hellraiser 8 Hellworld, que recibió un duro revés desde la apreciación crítica de la prensa especializada, cuando antes habían exaltado el trabajo realizada pocos meses atrás. La llegada de elementos como Internet o los video juegos, también fue insuficiente para los seguidores, desilusionados una vez más. La atmósfera gótica y oscura daba la sensación de haberse vuelto un añorado recuerdo, al cabo que las situaciones perdieron impacto a causa de personajes sin la debida profundidad.



Los efectos especiales volvieron a tener una abrupta caída en cuanto a realismo o credibilidad, al margen de innovar las formas de muerte de los protagonistas. El acierto de brindarle una menuda frescura destinada a las nuevas legiones de seguidores, se malogró con la elaboración de una de los peores film de la franquicia, a raíz de acabar de perder los elementos que la supieron hacer grande.


En 2011 llegó Hellraiser: Revelations y las críticas volvieron a arreciar. Aunque el necesario relevo de Doug Bradley, el titiritero detrás de las cualidades propias de Pinhead, tal vez en parte por el factor “edad” o la insalvable decadencia de la franquicia, terminó de estremecer los ánimos. No es que Stephan Smith Collins lo hiciera tan mal poniéndose en los pantalones, pero la novena parte no llegaba ni a la suela de los zapatos siquiera a las mejores predecesoras.




La producción volvió a reducir costes con el esperado resultado y otro guion pobre que valga la redundancia, aceleró el regreso a las profundidades del infierno a los decolorados cenobitas, despojados del poco halo de misterio que les quedaba. La disminución de los tonos oscuros, el abandono del terror psicológico, fue tan desafortunado para la saga como filar la película del cuco con las luces del set prendidas.

La trama más cercana a lo genérico, la presencia de los cenobitas venida a menos, los efectos especiales discretísimos, hicieron arribar a la conclusión de que la entrega estaba destinada directamente al video club -también en decadencia- en lugar de ir a brillar a las marquesinas de los cines, por temor a que los enfurecidos espectadores los incendien. El acostumbrada cantidad de sangre tampoco alcanzó, de cara a la cual hasta el momento es la última parte de la larga franquicia.


Tal vez por ese motivo Hellraiser: Judgment, de 2018, intenta reivindicarse no sólo multiplicando el gore. Con Paul Taylor tomando el relevo de Pinead, apuesta a la aportación de elementos innovadores como el de la fusión del terror con el género policial. El aspecto oscuro, perturbador, parecen recuperar de alguna manera el lugar que jamás debieron perder, volviendo más interesante el argumento para los fans jóvenes, pero no de los viejos al compararla con la dupla dando origen al resto de las cintas.



El aspecto de los cenobitas vuelve a cobrar fuerza, tornándose impactante, aunque se vuelve a sacrificar la profunda originalidad del promisorio comienzo. El film resigna credibilidad al no contar con efectos especiales realistas o convincentes, al tiempo que la trama de vuelve bastante predecible y los diálogos no destacan. Apenas la exime el hecho de cumplir con los requisitos de la franquicia, sin estar en presencia de la gran película de terror ni de la obra maestra haciendo justicia a una saga saturada de partes fallidas, escasos aciertos, sin terminar de actualizarse ni de recobrar cuanto menos los aspectos que dieron el éxito a la obra maestra original.


Para superar la degradación superlativa, la alarmante pérdida del rumbo, poder devolverles a los seguidores el producto que van a buscar en cada estreno, más desengañados a cada secuela, probablemente sean necesarios requisitos muy puntuales, difíciles de cumplir. Como medida primordial, encomendarle a Clive Barker retomar la escritura de la novela, tal cual lo hizo Robert Bloch con Psicosis veintitrés años más tarde, a fin de proyectar el correspondiente guion que refleje la madurez del autor o el desarrollo de los personajes. En el último de los casos, encomendarle la labor a cualquier autor consagrado, acorde a replicar el estilo oscuro de la obra. Ello, independientemente de que Doug Bradley con más de setenta años acepte volver al papel de su vida.



A la selección de actores sobresalientes, sin descartar alguna figura rutilante, el trabajo argumentar debería tener la calidad necesaria para atraer a una productora poderosa, dispuesta a no escatimar capital frente a la certeza del éxito asegurado. Ni hablar de la elección del eventual director, clave a la hora de hacer evolucionar el impecable trabajo de Barker, al saber conciliar a los seguidores de ayer con los de hoy.


Conjeturas al margen, Hellraiser posee la suma de todos los aditivos para ser mucho más que una saga con un comienzo prometedor, la cual no logró mantener el nivel de calidad en sus secuelas. Con la esperanza de ver cristalizado ese deseo a voces, al menos queda de consuelo el impacto innegable de una obra soberbia, llegada al cine de terror desde las bateas de las librerías, con el propósito de convertirse en uno de los máximos referentes de los amantes del lado oscuro.


Escribe:

CARLOS ALBERTO RICCHETTI

 
 
 

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