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Érase una vez el familiar




Una de las leyendas más tradicionales del norte argentino es la del Familiar. En los ingenios azucareros, instalados con la llegada de los españoles para el cultivo de la caña de azúcar, la historia del Familiar llegó a instalarse de tal modo que, al día de hoy, se cuenta.


El familiar es un espíritu maligno. Más bien es el mismo Diablo con quién los dueños del ingenio azucarero tienen un pacto para cuidar sus sembrados y controlar a los obreros.

 

Según se cuenta en provincias como Tucumán, Salta o Jujuy – a unos 1. 400 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, el mismo diablo se corporiza en un caballo negro, enorme, al que puede verse claramennte paseando por entre los cañaverales, en noches de luna llena. El lomo renegrido, el galope firme y el relincho fuerte para señalar su presencia.


De acuerdo con el relato, para que este pacto que aseguraba poder y abundancia se cumpliese, los patrones debían entregarla cada tanto, un alma. Así era común que de vez en cuando aparecieran muertos vagabundos, indios o gauchos. Algún obrero que levantaba su voz en contra de las terribles condiciones de vida en las que trabajaban.


Esas muertes “inexplicables” eran las ofrendas al señor de los cañaverales. La leyenda cobró fuerza a mediados del siglo XIX y se mantuvo, a la par de las condiciones de semi esclavitud de los obreros, hasta la década del ´30 del XX, cuando comienza la decadencia de la producción cañera y azucarera en los volúmenes extraordinarios de los primeros años.


Los ingenios, que alimentaron las fortunas de tradicionales familias argentinas, marcaron con sangre a poblados y obreros.



Así cuenta una crónica histórica lo que era el ingenio Santa Ana propiedad del francés Clodomiro Hileret, en la provincia de Tucumán: “eran casi treinta mil hectáreas en la que (el francés) construyó el ingenio más grande de toda América latina. A fin de siglo 19, el Ingenio Santa Ana era un monstruo en medio de la selva que producía ocho mil toneladas de azúcar y dos millones de litros de alcohol al año.


Con los años, el ingenio creció de tal manera que ya entrado el siglo XX “tenía, entre otras cosas, luz eléctrica, cincuenta kilómetros de vía férrea, una central de teléfonos y diez escuelas primarias para el personal.


No era fácil tenerlo controlado. Dos mil peones con machetes debían obedecer a treinta o cuarenta capataces, sus armas y sus perros (….) Muchos eran indios traídos del Chaco o de Salta por la fuerza.


Otros criollos tucumanos que toda su vida habían trabajado por poca plata que invertían en el mismo almacén del ingenio (….)”.


En otras partes del norte argentino, El Familiar también podía tomar la forma de un perro negro inmenso, o una víbora gigante. Siempre negros y hambrientos de obreros descarriados.


Una leyenda que llegó desde tiempos antiguos y que sirvió, por años, para mantener a sangre y latigazos la fortuna de los patrones de la Argentina que permitió el brillo de las primeras décadas del 1.900 en la ciudad de Buenos Aires, cuando era la “París de Sudamerica”.



Fuente: RADIO NACIONAL (ARGENTINA)

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