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Viaje a las Estrellas (1966 - 1970)




Una auténtica institución del imaginario moderno cumple cincuenta años haciendo soñar a personas de todas las edades con “el espacio; la última frontera”.  Medio siglo no es cosa de broma, sobre todo en estos tiempos de obsolescencia programada. Por cierto: si la frase entrecomillada en el párrafo anterior no te suena familiar, o no sabes que Enterprise, además de un portaviones y un transbordador, es la nave espacial más famosa de los siglos XX y XXI (incluso más que Battlestar Galactica o que The Millenium Falcon), ¿en qué universo alternativo has estado durante las últimas cinco décadas? Por mi parte, y parafraseando a San Leonard Nimoy (que en Vulcano esté…) en su primera y muy controversial biografía de 1977, No soy Spock, lo primero que debo confesar es que no me considero un trekkie.


No obstante, tengo bien presente que el 8 de septiembre de 1966 el mundo cambió. Porque, ese día, el canal norteamericano NBC estrenó el primer capítulo de lo que en el mundo hispanohablante conoceríamos como Viaje a las estrellas, tras un episodio piloto “cero” del que apenas si sobrevivieron Leonard Nimoy interpretando al Sr. Spock –¡aunque algunos querían eliminarlo!– y Majel Barrett, llamada por algunos “primera dama de Star Trek”, no solo por su continua presencia en la serie como enfermera y voz de las computadoras, sino por haberse casado con su productor y guionista de muchos capítulos, Gene Roddenberry, en 1969.


Al principio la serie no fue precisamente un éxito de público. Los televidentes norteamericanos, acostumbrados a que los extraterrestres fueran siempre monstruos amenazantes y la guerra con otras especies la regla, o a sucesiones de ñoñas peripecias familiares con robots mascotas como figurantes, al estilo de Perdidos en el espacio (emitida por la CBS tras rechazar la propuesta de Roddenberry), no estaban del todo listos para el más adulto y renovador concepto sobre el que se basaba Star Trek. Y es que la idea de Roddenberry apostaba fuertemente por un futuro de integración y tolerancia racial absoluta. Sin contar con el sabio, ceñudo e impasible Spock, de cejas oblicuas y orejas afiladas, mestizo de humano y vulcano.


En plena Guerra Fría, cuando URSS y comunismo y Satán eran casi sinónimos, en la futurista tripulación original de la nave que servía de escenario a toda la serie había ¡un ruso! –Pavel Chekov–, aunque su intérprete, Walter Koenig, no pudiera ser más norteamericano. De hecho, pese a su exagerado acento eslavo, con su denso flequillo, se daba más bien un aire a músico de bandas juveniles como The Monkees o The Archies. Todavía vívido en la memoria de muchos estadounidenses que lucharon en el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial estaba el espectro de la ferocidad de los japoneses, pero a bordo del crucero pesado clase Constitution USS Enterprise (NCC-1701) también servía como piloto Hikaru Sulu (George Takei). Y la oficial de comunicaciones era nada menos que Nyota Uhura (Nichelle Nichols), de origen africano y la primera mujer negra de Estados Unidos en tener un papel protagónico en una serie televisiva de su país que no la presentara como criada o cocinera. Algo tan notable que, cuando deprimida por lo insignificante de su rol en la primera temporada quiso abandonar el elenco, el mismísimo Martin Luther King, fan de la serie, la convenció de que no lo hiciera y “siguiera siendo un ejemplo para su gente”.


Por cierto, algo después, un apasionado beso de la misma Uhura con el capitán Kirk (el actor canadiense William Shatner), en Los hijastros de Platón, capítulo 67 de la tercera temporada, desató una auténtica polémica racial y en algunos estados sureños ni se transmitió el episodio debido a las enérgicas protestas. Y es que era la primera vez que dos personajes de ficción, un blanco y una negra –¡así fuera bajo el control mental de una raza extraterrestre y no en medio de una auténtica relación sentimental!– se besaban en pantalla. Aunque un par de años antes Sammy Davis Jr. y nada menos que la hija de la Voz, Nancy Sinatra, habían protagonizado otro intercambio de salivas, apenas más real, en el programa de variedades Movin’ with Nancy.


En el futuro del siglo XXIII, descrito por las tres temporadas originales, la Federación de Planetas Unidos, con centro en la Tierra y capital en París (pero con sede de la castrense Flota Estelar en San Francisco… algo tenía que quedar en casa, ¿no?), existe desde el 2063, cuando la humanidad en aún tímida expansión espacial contactó a los fríos y apenas emotivos, aunque benévolos y muy tecnológicamente desarrollados, vulcanos. Otras razas notables son los agresivos y bigotudos klingons, cuyo mayor sueño es morir en batalla, claramente inspirados en los samuráis japoneses con su estricto código de honor; y los tramposos y muy políticos romulanos, cuyo referente apenas disimulado vendría a ser la Roma clásica, fundada justo por Rómulo y Remo.


Sí, mucho se ha criticado el flagrante antropocentrismo de que todos esos extraterrestres fueran casi por completo humanoides. Sin embargo, hay que tener en cuenta que el presupuesto de producción de una serie televisiva de aquella época era más bien escueto, y aún no existían los efectos digitales. Así que, por fuerza, para alienígenas, maquillaje… y para naves, maquetas. De hecho, uno de los conceptos más innovadores de la producción, tecnológicamente hablando, el teletransporte, lo instituyó el astuto Roddenberry para ahorrar dinero en lanzaderas o naves de descenso: “¡Transpórtame, Scotty!”, decía Kirk, y listo: del puente de mando de la Enterprise al planeta, o viceversa.


En este futuro de tecnología casi mágica, donde el hambre y la escasez son apenas recuerdos e impera una armonía cósmica aunque relativa, la Enterprise, con su variopinta tripulación, viajaba a velocidades superiores a la de la luz gracias al impulso warp. Va explorando la Vía Láctea, encontrando diversas civilizaciones espaciales y estableciendo contacto con todas ellas, siempre guiada por la Primera Directiva, que aconseja no mostrar la presencia de la Federación ante aquellas culturas tan primitivas que no hayan aún dominado el viaje espacial hiperlumínico.


Por desgracia, el viaje de la Enterprise original, debido a los bajos ratings del espacio televisivo, apenas duró tres temporadas. Pero ni siquiera el visionario Roddenberry, que fuera hábil piloto de caza en la Segunda Guerra Mundial y policía en San Francisco antes de licenciarse y dedicarse a escribir para televisión a tiempo completo, podía haberse imaginado el fenómeno de masas en el que iba a convertirse su creación. Había recurrido para sus guiones a autores de ciencia ficción bien en boga en el momento: Robert Bloch, Norman Spinrad, Harlan Ellison y Theodore Sturgeon. Y fue por tal seriedad, tal vez, que la serie conquistó el favor del público… aunque tardara algo.


Clausurado el programa, pronto quedó claro que los fans se habían acostumbrado a aquellos limpios puentes de mando y ceñidos uniformes con la estrella dentro del triángulo curvo, símbolo que aún identifica a la franquicia, y pedían más de lo mismo. Pero no solo reposiciones, por cierto: entre 1973 y 1974 se transmitió una nueva serie, ahora animada, veintidós capítulos para los que los actores de las tres temporadas originales prestaron sus voces. Aun así no bastaba: tras el fallido proyecto de una serie secuela, Phase II, en 1978, al año siguiente la Paramount hizo finalmente realidad el proyecto que acariciaba desde el 74: la primera película, con lo que la rivalidad entre ambos “universos estelares”, surgida desde que en 1977 George Lucas lanzara el episodio IV de Star Wars, llegó a la gran pantalla: estrellas contra estrellas, viajes contra guerras.



Desde entonces ha habido trece filmes, contando el último, el de este año (Star Trek más allá). Toda una saga en la que tres generaciones de tripulantes de la Enterprise –que también ha ido modernizándose, sin cambiar nunca su indicativo NCC-1701– han cautivado a tres generaciones de espectadores. Tras James Tiberius Kirk, el bastante chulo y “gatillo alegre” capitán original, vino Picard (Patrick Stewart) más cerebral y culto, en la serie The next generation, que con 178 capítulos duró desde el 87 hasta el 94 y ganó diecinueve Premios Emmy, ¡todo un récord para entonces! Spock, serio elfo del espacio, murió en el segundo (y hasta ahora más popular) filme, enfrentando al que para muchos es el villano más convincente de la serie ¡y tal vez de toda la ciencia ficción!: Khan, un humano genéticamente mejorado. Pero, claro, el estoico vulcaniano fue resucitado en la tercera película. ¿Será porque Nimoy la dirigió…o porque sería imposible imaginar el universo trekkie sin su inefable pellizco neutralizador al cuello y su igualmente famoso saludo con la mano abierta y los dedos corazón y anular bien separados? En la cuarta, también dirigida por San Leonard, Kirk y Spock viajaron al pasado para salvar las ballenas y, de paso, a toda la raza humana. Y así la saga siguió creciendo y su universo evolucionando.


Los una vez feroces klingons se aliaron a la Federación, pero aparecieron nuevas razas amenazadoras y con temibles poderes, como los borgs con sus nanosondas invasivas y el Dominio con su control de la realidad, y todos sus integrantes llamados Q… Como ondas que se extienden desde una piedra caída en el agua, hubo cautivadores spin offs y derivaciones de la historia original, como Deep Space Nine (1993-1999), la primera situada no en una nave sino en una estación espacial, que introdujo los ambiciosos ferenghi, los contemplativos cardassianos y otras razas alienígenas inéditas; Voyager (1995-2001), con siete temporadas, fue la primera en tener efectos especiales completamente digitales, y a una mujer, Kathryn Janeway, como capitana de la nave; y finalmente, del 2001 al 2005, Enterprise: con solo cuatro temporadas, especie de precuela de las aventuras de Kirk y Spock, y la única en ser cancelada por falta de rating desde la serie original de los 60, pese al curioso mérito de haber sido también la primera serie de ciencia ficción en TV en usar imágenes realmente filmadas en otro planeta (Marte): el vehículo no tripulado Sojourner acercándose a la roca Yogi, filmado desde el Mars Pathfinder, incluido en las secuencias iniciales de créditos.


¿Está el mundo, pues, ya cansado de Star Trek? Nadie lo diría. Desde el 2009 hasta hoy, aunque los últimos tres filmes han sido solo reboots, reversiones de las historias originales con personajes más adolescentes y mejores efectos generados por computadora, sigue siendo éxito de taquilla. Nadie negará que la influencia del concepto ha sido inmensa: desde casi obligar a la Nasa a bautizar uno de sus shuttles como Enterprise “para no alterar la línea de tiempo”, hasta prefigurar dispositivos tecnológicos hoy cotidianos, como las pantallas táctiles; los tableros de datos portátiles tipo palmtop o tablet, los teléfonos celulares que se abren (diseño tomado de los intercomunicadores a bordo de la NCC-1701 en la serie original); los escáneres médicos no invasivos que tanto adoraba el Dr. McCoy, tan similares a los actuales TAC, y la comunicación inalámbrica entre diferentes computadoras. Pero, sobre todo, lo que ha cambiado Star Trek ha sido el mundo del fandom. Son tantos y tantos los seguidores de la serie, enamorados de su cada día más detallado y fascinante universo, que ya muchas convenciones de ciencia ficción “serias” casi les vetan la entrada, lo que los ha llevado a organizar sus propios y mucho más multitudinarios encuentros de trekkies, en los que son huéspedes de gloria los actores, guionistas o hasta dobles o camarógrafos de cualquier entrega de su programa adorado, y los uniformes de la Flota Estelar forman legión.

Son un mercado seguro y siempre ansioso de más. Para ellos se han creado varios juegos de computadora, como Star Trek: Starfleet Academy, ST Starship Creator y ST Strategic Operations Simulator, entre otros. Para ellos se han publicado cientos de novelas, escritas por diversos autores que van desde los muy galardonados y bien conocidos en el género, como Vonda McIntyre, John M. Ford o Alan Dean Foster, hasta ¡los mismísimos y omnipresentes Shatner y Nimoy! Son ellos los que disfrutan las continuas y múltiples alusiones a Star Trek, devenida en auténtico núcleo sagrado de la subcultura nerd y geek, en series de culto como The Big Bang Theory, o animadas como The Simpsons o Futurama (el creador de ambas, Matt Groening, siempre se ha proclamado orgullosamente trekkie).


Son los que más se ríen con apenas disimuladas parodias fílmicas, como la magnífica Galaxy Quest de 1999, con Tim Allen, Alan Rickman (recientemente fallecido) y Sigourney Weaver, o literarias como Redshirts (1999) de John Scalzi. Son los que siguen hasta hoy discutiendo en los foros cuál es el alcance de un fáser, si es posible la velocidad warp 6 o qué se necesita para que un simbionte Dax a un humano como anfitrión.


Algunos de los más comprometidos hasta intercambian largas parrafadas en idioma klingon, creado por Marc Okrand para la tercera película, tras unas pocas palabras improvisadas por el actor James Doohan (el inolvidable Scotty) para la primera de la saga fílmica. Una lengua artificial por derecho propio, como el esperanto o el quenya élfico de Tolkien, con gramática y alfabeto, que ya tiene un par de miles de entusiastas hablantes en el mundo, hasta el punto que el lingüista D’Armond Speers se la enseñó a su bebé junto con el inglés, aunque luego el niño la abandonó por decisión personal: ¡podía conversar con mucha más gente en la lengua de Shakespeare; en klingon, solo con papá el trekkie!



En fin. En este mundo moderno donde la mayoría está formada por muchas minorías diversas, los trekkies o trekkers son una de las más sólidas y persistentes. Y sospecho que, mientras nuestro mundo real continúe como va, manga por hombro entre guerras y crisis energéticas y económicas, la visión optimista del futuro de la Federación de Planetas Unidos y del espacio infinito a explorar –aunque ello signifique de vez en cuando enzarzarse en algún conflicto armado con otra especie no humana– seguirá siendo enormemente atractiva.

¿Escapismo? Sin dudas, pero ¿a quién, que no sea carcelero, le molesta tanto la idea de evadirse un poco? Y, por otro lado, cabe tener cierta fe en un futuro mejor: el impulso warp, los torpedos de fotones y los fásers aún están por inventarse, pero las minas antipersona y los bombarderos invisibles ya son una triste realidad.



Releo ahora todo lo antes escrito y no puedo menos que sonreír: ¿quién lo diría? Aunque no tenga uno de esos clásicos buzos o sudaderas de un color pastel y con la estrella dentro del triángulo, ni haya asistido y mucho menos sido invitado a una convención de Star Trek –que no las hay aún en Cuba– resulta que tanta es mi implicación con su universo que muy bien podría desdecirme de mi afirmación de apertura. Y, como San Leonard Nimoy, cuando en su segunda autobiografía, de 1995, proclamó orgullosamente Yo soy Spock, declarar sin ninguna vergüenza: yo también soy un trekkie.


Entonces, junto a todos mis correligionarios del mundo, festejaré este primer y triunfal medio siglo de recorrido de la irresistible y popularísima utopía de Roddenberry. Es hora de despedirme con una de las pocas frases en klingon que conozco: Qapla’. Que puede traducirse algo a la ligera como “te deseo honor”, o más literalmente como “que tengas el honor de morir en batalla y nunca sobrevivir a la derrota”. Aunque, en rigor, a sus cincuenta años de andanzas, hoy la leyenda Star Trek esté más viva que nunca… y tras haber sobrevivido a más de un revés. Pero, en fin, esos son detalles. Lo importante es el medio siglo, y la fiesta.


*Yoss es el seudónimo de José Miguel Sánchez Gómez, autor cubano de ciencia ficción. Entre sus obras están 'Súper extra grande', 'Pluma de león' y 'Se alquila un planeta'.


Vea la serie original a través del enlace de Netflix:



Fuente: DIARIO EL TIEMPO (COLOMBIA)

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