El personaje, interpretado por el actor español, Narciso Ibañez Menta (1912 - 2004)
para la naciente televisión argentina.
En septiembre de 1909 apareció en el periódico parisino Le Gaulois la entrega inicial de un folletín titulado El fantasma de la Ópera. Su autor, Gaston Leroux, que por entonces todavía no había abandonado su carrera periodística, confesaba en tinta impresa haber investigado una serie de extraños sucesos acontecidos en el Palacio Garnier, sede de la Ópera de París, y que su propósito en la novela era exponer el fruto de dichas pesquisas. Durante los cinco meses en que se sucedieron las entregas en Le Gaulois, los lectores quedaron atrapados por la historia de un fantasma que deambulaba entre bambalinas causando la muerte a todo aquel que osara mirarle. la novela
El fantasma era en realidad un hombre atormentado cuyo rostro, deformado de nacimiento, le otorgaba el aspecto de una verdadera aparición. Leroux lo presenta como un genio de la arquitectura, la magia y la música, y, a la vez, como un cadáver viviente que había erigido sus dominios en los subterráneos de la Ópera.
La criatura se enamora de una joven soprano, Christine Daaé, le da lecciones de canto y hace todo lo posible por mantenerla a su lado, y hasta la rapta para retenerla en su morada. A lo largo de la historia se suceden las escenas de emoción: trampas bajo tierra, la caída de la lámpara del majestuoso auditorio, muertes, venganzas...
Finalmente, Erik –pues ese era el nombre del protagonista–, en un gesto de redención, deja marchar a Christine con su amor de la niñez, el vizconde Raoul de Chagny. En el epílogo de la novela, Leroux cuenta el fin del fantasma: solo y desesperado, presa de sus frustraciones, pero habiendo sentido un atisbo del amor que tanto anhelaba, concluye su vida aislado del mundo exterior en el subsuelo del teatro de la Ópera.
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Su autor
Leroux fue un pionero de la novela popular de misterio. En 1907, con El misterio de la habitación amarilla, inauguró una serie en torno al detective aficionado Rouletabille que proseguiría con gran éxito hasta la década de 1920. El fantasma de la Ópera cautivó igualmente a los lectores y, muy pronto, también a los espectadores, gracias a diversas adaptaciones cinematográficas (entre las que destaca la de 1925, protagonizada por Lon Chaney) y, más recientemente, por un musical que ha alcanzado popularidad planetaria.
Desde la primera entrega de la novela, Gaston Leroux afirmaba con vehemencia que lo que iba a relatar en capítulos sucesivos estaba basado en hechos reales. "El fantasma de la Ópera existió. No fue, como durante mucho tiempo se creyó, una inspiración de artistas, una superstición de directores". Y, en efecto, como otras leyendas, la del fantasma de la Ópera parte de elementos verídicos con los que el autor francés esculpió una historia híbrida entre la realidad y la literatura.
Una primera fuente de inspiración para la historia del fantasma la constituye el mismo edificio de la Ópera, una iniciativa del emperador Napoleón III, quien quiso crear un templo de la música que se convirtiera en símbolo de su propio régimen. Al comenzar las obras, en 1862, un inesperado obstáculo emergió desde las profundidades: un antiguo afluente del Sena amenazaba la estabilidad del edificio, que debería alzarse sobre terrenos pantanosos.
Para asegurar los cimientos, el arquitecto, Charles Garnier, creó un lago artificial aislado por muros que debía dar estabilidad al edificio y evitar filtraciones de agua. En la actualidad, los bomberos parisinos lo drenan dos veces al año para evitar que el nivel freático suba y protegen a los peces ciegos que lo habitan. Entre esta gran cisterna y el nivel de suelo se edificaron cinco pisos de galerías subterráneas para evitar derrumbes.
Todo ello sugirió a Leroux la idea de que Erik había sido contratado por Garnier como ayudante y que el fantasma, durante el largo período de tiempo que se dilató la construcción del edificio (casi quince años), trabajó en el diseño de su propia guarida, donde se refugiaría de la humanidad.
En ese mismo espacio se sitúa la escena con que se abre la novela, y que se basa en un hecho cierto del que Leroux fue testimonio. En 1907, un grupo de hombres encabezados por el director de la Sociedad Gramofónica de París, Alfred Clark, y el director de la Ópera, Pierre Gailhard, se reunieron para llevar a cabo un encargo de índole casi secreta.
Clark había donado a la Academia Nacional de Música varias grabaciones de cantantes líricos de la época, con una condición: mantener aquellos discos sellados en el interior de unas urnas metálicas y no abrirlas hasta que hubieran transcurrido cien años. Gailhard optó por guardar ese tesoro en el subsuelo de la Ópera, cerca del lago subterráneo artificial, un lugar protegido del sol y de miradas curiosas (en 2007 se abrieron las cajas y las grabaciones se editaron en tres cedés bajo el título Las urnas de la Ópera).
Leroux recoge esta misma historia, añadiendo que, cuando los obreros comenzaron los trabajos para realizar una caja fuerte en uno de los muros del subterráneo, la pared se derrumbó dejando al descubierto un apartamento completamente amueblado. No solo eso: en la cámara apareció un cuerpo en descomposición.
Esqueleto tras la pared
Según Leroux, la Ópera quiso ocultar aquel insospechado descubrimiento y arrojó el cadáver a una fosa común. Pero el novelista quiso averiguar más y constató que la estructura ósea del cuerpo presentaba signos de malformación. Quienquiera que fuese, aseguraba, se había encerrado a sí mismo con la única intención de fallecer allí.
En realidad, no consta que se hallara ningún esqueleto misterioso en la Ópera de París, lo que no ha impedido que posteriormente se haya armado que el cadáver correspondía a un communard, un participante en la gran insurrección popular de París en 1871. En relación con este punto, el único hecho probado es que, durante el asedio de París por los prusianos en 1870, el edificio sirvió de refugio y almacén de munición y alimentos. Por otra parte, años después de la Comuna, en distintas partes de la ciudad seguían apareciendo restos de los miles de communards víctimas de la represión de 1871.
Un elemento en el que se mezcla también realidad y ficción es la protagonista femenina, Christine Daaé. Las semejanzas entre este personaje de ficción y una cantante de la época son más que evidentes. Al parecer, Leroux se habría inspirado en la vida de Christina Nilsson para concebir a Daaé.
Ambas habían nacido en Suecia, eran hijas de campesinos, sus madres habían muerto siendo ellas muy pequeñas y acompañaron a sus padres de pueblo en pueblo tocando el violín y cantando melodías populares; cuando sus progenitores murieron, fueron adoptadas por mecenas que no sólo las cuidaron como a sus propias hijas, sino que les abrieron las puertas del mundo lírico en París. Finalmente, las dos contrajeron matrimonio con un hombre de la aristocracia; en el caso de Nilsson con un aristócrata español, el conde de Casa Miranda.
¿Y el fantasma? Llama también la atención que en los años en que Leroux escribía su novela, en París se hablase mucho de apariciones de fantasmas. Por ejemplo, en 1905 el fisiólogo Charles Richet, premio Nobel de medicina en 1913, causó sensación con un informe sobre ciertas apariciones de fantasmas en Argelia, fotografías incluidas. Sin embargo, Leroux permaneció ajeno a este tipo de creencias y en su novela Erik no era realmente un fantasma, sino un hombre de carne y hueso que se servía del miedo supersticioso de los demás a los espíritus.
Fuente: NATIONAL GEOGRAPHIC (ESTADOS UNIDOS)
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