Los 60 fueron la Edad de Oro de las series televisivas, y entre aquella cosecha de producciones míticas destacó la que nos ocupa. Los Invasores fue una puesta al día del tema de las invasiones extraterrestres, presentado por primera vez en la novela LA GUERRA DE LOS MUNDOS, publicada por H. G. Wells en 1898, y trasladada a las ondas radiofónicas en 1938 por Orson Welles, y a las pantallas cinematográficas en 1953 por el productor George Pal y el director Byron Haskin.
En los 50 proliferaron las películas de Serie B que narraban, con mucha imaginación y raquíticos presupuestos, invasiones alienígenas de todo tipo. Esto se debió, principalmente, al enorme eco mediático que provocó el primer avistamiento OVNI registrado y documentado, el del piloto de rescate civil Kenneth Arnold (1915-1984). En junio de 1947, mientras realizaba un vuelo de rastreo en busca de una aeronave perdida, Arnold vio nueve objetos indeterminados, que parecían volar en formación cerca del monte Rainer, en el Estado de Washington. Arnold nunca afirmó que aquellos objetos fueran de procedencia extraterrestre ni nada semejante. Pero la imaginación popular, acicateada por el sensacionalismo con que la prensa explotó la noticia, e influida por el especial ambiente científico y tecnológico que se respiraba en la época, cuya mayor y más terrible plasmación era la bomba atómica, acabó por asumir que se trataba de una escuadrilla de astronaves procedentes de otro mundo, sólo Dios sabía con qué intenciones.
Durante las décadas de los 50 y los 60 menudearon los casos similares al de Arnold, de modo que muchísima gente empezó a creer que nuestro planeta era visitado con frecuencia por seres de otros planetas e incluso de otras galaxias. El fenómeno OVNI alcanzó tal dimensión en aquellos años, que en 1966 el afamado Quinn Martin, que en ese momento estaba produciendo la exitosísima El Fugitivo y la longeva El FBI, decidió lanzar una serie sobre el tema.
Quinn Martin (1922-1987) fue uno de los productores televisivos más importantes de los años 60. Sólo estuvieron a su altura Bruce Geller (1930-1978), con Misión: Imposible y Mannix; Irwin Allen (1916-1991), con Tierra de Gigantes, El Túnel del Tiempo, Perdidos en el Espacio y Viaje al Fondo del Mar, y Gene Roddenberry (1921-1991) con Star Trek. Aunque en televisión la estrella es el productor, ha de aclararse que la idea original de Los Invasores partió del guionista Larry Cohen (1936-2019), que también desarrollaría una interesante carrera en los campos de la producción y la dirección.
Cohen concibió unos alienígenas que, al contrario que la imagen de ellos popularizada por el cine en la década anterior, no serían mostrados en pantalla como criaturas monstruosas, sino como personas normales. Con esto se conseguirían dos cosas: ahorrar en maquillaje y caracterizaciones, y exacerbar los miedos internos de los espectadores, haciéndoles recelar de cada personaje que apareciera en los episodios. Cohen nunca pretendió haber inventado nada. De hecho, admitió sin problemas que el concepto básico de Los Invasores le fue inspirado por INVASORES DE MARTE (INVADERS FROM MARS, William Cameron Menzies, 1953) y LA INVASIÓN DE LOS LADRONES DE CUERPOS (INVASION OF THE BODY SNATCHERS, Don Siegel, 1956), dos clásicos de la ciencia-ficción fílmica.
La emisión de los primeros capítulos tuvo una excelente acogida, y durante la primera temporada, emitida en 1967 y que constó de 17 episodios, la serie figuró entre las diez más vistas, lo que, considerando que en aquel momento debían emitirse en USA no menos de medio centenar de series semanales, no está nada mal. Las aventuras y desventuras del arquitecto David Vincent (Roy Thinnes) encandilaron al público, que, semana tras semana, asistía a la doble lucha del protagonista. Por un lado, éste intentaba convencer al mundo de la existencia de los extraterrestres y sus siniestros propósitos; por otro, se esforzaba en combatirlos allí donde se los encontraba. Dispuesto a hacerles frente como fuera, Vincent procuraba estar al tanto de cualquier acontecimiento extraño que se produjera en tal o cual lugar, lo que determinaba su continuo vagabundear por la geografía estadounidense, en busca de sus contumaces enemigos.
Los alienígenas adoptaban forma humana y, en principio, eran indistinguibles de la gente corriente. No obstante, había algunos detalles, descubiertos por Vincen t en los primeros episodios, que permitían identificarlos. No tenían sangre ni, por tanto, sistema circulatorio alguno. Como también carecían de víscera cardiaca, tampoco era posible detectar en ellos latidos o pulso. Pero, además, el proceso mediante el cual creaban sus envolturas humanas tenía algún fallo, que provocaba que los dedos meñiques fueran replicados sin articulación, de modo que los extraterrestres no podían doblarlos. Sin embargo, como se vería según avanzaba la serie, era posible arreglar esto mediante cirugía, y en un momento determinado se dio a entender que el fallo en las replicaciones había sido corregido. Otro detalle que revelaba su verdadera naturaleza eran los rayos X, pues en las radiografías se apreciaba que la configuración de su esqueleto no se correspondía con la humana. Como se apreció en el episodio CUENTA ATRÁS, podían mirar directamente al Sol sin que su brillo les afectara lo más mínimo, tal vez porque la estrella que alumbraba su mundo de origen era muchísimo más luminosa.
Su propósito era adueñarse de la Tierra, ya que su mundo de origen estaba agonizando. Como el oxígeno de nuestra atmósfera era para ellos un veneno, adquirían apariencia humana para poder desenvolverse sin problemas en nuestro medio ambiente, a la vez que se camuflaban entre la población. Una vez conquistada la Tierra, su intención era modificar su atmósfera, adaptándola a su peculiar naturaleza. De hecho, en algún episodio realizaron experimentos en este sentido, frustrados por la intervención de David Vincent.
La envoltura humana que los recubría tenía fecha de caducidad, por decirlo así. Por tanto, para seguir manteniendo su apariencia externa, cada cierto tiempo tenían que regenerarse, aunque nunca se explicó en qué consistía exactamente tal proceso. Para regenerarse empleaban unas curiosas máquinas, dotadas de tubos de vidrio que les cubrían por completo y que emitían un sonido peculiar y muy molesto. Dichas máquinas eran empleadas también para provocar colapsos cardiacos en humanos que hubieran interferido con sus planes, y a los que se hacía necesario eliminar de forma discreta. En los sitios en los que existía una numerosa presencia alienígena, se instalaba en sus proximidades una estación regeneradora. También disponían de regeneradores móviles, instalados en camiones, que podían desplazarse con rapidez allí donde se necesitaran. Pero a veces ocurría que un extraterrestre no podía llegar a tiempo a uno de los tubos regeneradores. Entonces se invertía el proceso, el ente empezaba a recuperar su verdadera forma y, como nuestra atmósfera era venenosa para ellos, morían. Nunca se vio en pantalla a un invasor con su verdadero aspecto. La única persona que logró ver a un alienígena sin su disfraz humano, murió enloquecida.
Su muerte era uno de los problemas más peliagudos a que se enfrentaba David Vincent, cuando de presentar pruebas que apoyaran sus afirmaciones se trataba. Al fallecer, por las causas que fueran, los invasores se ponían incandescentes y se incineraban en apenas unos segundos, convirtiéndose en un puñado de cenizas cuyo examen no revelaba nada concluyente. Por ese motivo, uno de los objetivos prioritarios de Vincent era capturar un invasor y mantenerlo con vida, para mostrárselo a las autoridades. Aunque en alguna ocasión el intrépido arquitecto estuvo a punto de conseguirlo, nunca logró entregar al Ejército estadounidense un ejemplar vivito y coleando, si bien en los capítulos EL PACIFICADOR y LA PERSEGUIDA casi alcanzó ese objetivo. Sólo casi.
Otra característica notable de los invasores extraterrestres era su frialdad. Carecían de emociones y sentimientos, ni amaban ni odiaban, y eso los convertía en unos enemigos formidables, que normalmente ni daban ni pedían cuartel. A pesar de ello, en el antes citado EL PACIFICADOR se avenían a conferenciar con una delegación terrícola, para buscar algún acuerdo que evitara la guerra entre ambas especies. Por desgracia, esta esperanza se truncó, y no precisamente por la actitud de los invasores, sino por la de un general de la USAAF, auténtico oligofrénico uniformado, que arruinó la mejor oportunidad para alcanzar la paz entre humanos y alienígenas.
Si bien eran fríos y cerebrales, dispuestos a sacrificar sus vidas en pro de la consecución de sus planes, en LOS SALVADORES, uno de los últimos episodios, conoceríamos a una pareja de alienígenas, interpretados por el gran Barry Morse y Diana Muldaur, que habían empezado a desarrollar algo parecido a emociones, a senti r, y por ese motivo eran implacablemente perseguidos por sus hermanos de raza. De hecho, como descubría Vincent a lo largo del capítulo, no eran los únicos. Estos extraterrestres sensitivos, por así llamarlos, abogaban por una completa retirada de las fuerzas invasoras de la Tierra, otra razón para que se ganaran la inquina de sus belicosos congéneres.
En lo que al armamento se refiere, los invasores procuraban emplear, siempre que era posible, el equipamiento humano. En la serie vimos varios modelos de revólveres de las marcas Colt y Smith & Wesson; rifles de cerrojo tipo Mauser; alguna carabina de palanca sistema Winchester; escopetas paralelas y repetidoras; rifles automáticos Springfield M-14; subfusiles (metralletas) Madsen M-50; varias pistolas semiautomáticas y hasta los novedosos, por entonces, fusiles de asalto M-16, además de alguna otra arma que no pude identificar. El arma extraterrestre por excelencia era una pistola de curioso diseño, que disparaba descargas desintegradoras. Disponían, asimismo, de un artilugio semiesférico de pequeño tamaño, que, aplicado en el cuello de una persona, le provocaba una mortal hemorragia cerebral. Este artefacto era también un sofisticado comunicador.
Sus naves ostentaban una configuración discoidal, estando perfectamente recreadas para los efectos especiales de la época. Sus interiores eran de una sobriedad casi espartana, pero elegantemente funcionales. Al volar, y sobre todo al aterrizar, emitían un sonido inquietante y muy característico, casi idéntico al de las máquinas de guerra marcianas de la mencionada LA GUERRA DE LOS MUNDOS. Su armamento era un proyector de rayos desintegradores.
La estrategia de los invasores sugería que, a pesar de poseer una tecnología muchísimo más avanzada que la humana, preferían actuar en las sombras. Se beneficiaban de la hostilidad entre las naciones de la Tierra, pero procuraban no exacerbarla demasiado para evitar una guerra nuclear, que habría transformado el planeta en inhabitable. Por otra parte, y como se expondría en algún episodio, temían que los terrícolas supieran de su existencia, lo que pondría a todas las naciones del mundo en su contra.
Siendo como era una producción de entretenimiento, en algunas ocasiones ofreció unas pinceladas críticas muy notables para una serie de televisión de aquel tiempo. En EL PROFETA subyace una crítica soterrada del fenómeno de los predicadores, tan popular, por desgracia, en USA, y del que vive una legión de charlatanes presuntamente iluminados por Dios. EL PROFETA del título es, en realidad, un extraterrestre que manipula a su antojo a una masa de crédulos, y que, por suerte para sus estúpidos seguidores, es desenmascarado por Vincent. La mejor plasmación del ambiente en que se mueven estos tipejos, tan parecidos a Los Testigos de Jehova, que, hasta no hace mucho, iban dando el coñazo de puerta en puerta, la tenemos en la extraordinaria EL FUEGO Y LA PALABRA (ELMER GANTRY, Richard Brooks, 1960), por la que Burt Lancaster y Jean Simmons recibieron el Oscar al mejor actor y a la mejor actriz, respectivamente, ganándolo también Brooks por la dirección.
En EL ENEMIGO, una antigua enfermera militar recoge a un extraterrestre herido y trata de ayudarlo. Vincent intenta hacerle ver cómo son esos seres, pero la chica responde que no pueden ser peores que los humanos. Para enfatizar su opinión, menciona el horror que vivió en Vietnam, conflicto en el que sirvió como enfermera y donde murió su hermano. Ha de hacerse notar que estas reflexiones, que pueden parecernos un poco tibias en esta época en que todo vale, son de un episodio de una serie televisiva que se estaba emitiendo en 1968, cuando todavía faltaba un lustro para que terminara aquella conflagración, que dividió profundamente a los estadounidenses, y que tantas vidas, vietnamitas y americanas, se llevó por delante.
LA INVESTIGACIÓN presentó a un policía negro, en la televisión de los años 60 y en una serie que se emitía en horario de máxima audiencia, que casi le hacía sombra al héroe blanco, anglosajón y protestante. Además, su esposa, por supuesto negra también, criticaba algunos aspectos poco edificantes de la sociedad americana del momento.
La serie sólo se mantuvo en antena durante dos temporadas, lo que les ha servido de excusa a algunos enterados para afirmar que tuvo un éxito moderado. Esto es falso. En su momento, fue uno de los espacios más seguidos a nivel nacional de la televisión estadounidense. Es cierto que, en su último tramo, a partir de la mitad de la segunda temporada, disminuyó algo su audiencia, pero no a niveles alarmantes. Si se canceló fue por decisión unilateral de algunos estultos gerifaltes de la cadena ABC, que consideraron, erróneamente en mi opinión, que el producto estaba agotado. Más o menos, lo que ocurriría un año después con Star Trek.
Hubo y hay cantamañanas, que sostuvieron y sostienen contra toda evidencia lógica, que el esquema de la serie no daba más de sí, que era demasiado repetitiva y predecible, y que, a partir de determinado momento, no ocurría en ella nada de interés. Ignoro qué serie vería esa gente, pero desde luego no era Los Invasores. Si se ven los 43 episodios por orden de emisión, se aprecia claramente que la narración avanza en una progresión lógica. Al principio, Vincent lucha en solitario contra los pérfidos alienígenas, encontrando algún aliado ocasional. Más adelante, se forma un grupo de creyentes que, financiados y dirigidos por el magnate Edgard Scoville (Ken Smith), se convierten en la principal fuerza opositora a la invasión. De hecho, los esfuerzos de Scoville y los creyentes van dando sus frutos, porque cada vez encuentran más gente consciente de la presencia alienígena en la Tierra, e incluso logran el apoyo de algunas personas de las altas esferas.
David Vincent era arquitecto, pero en la primera temporada casi no se le vio ejercer como tal. Los detractores de la serie criticaron este punto, pues, como no se le veía trabajar, se preguntaban de qué vivía Vincent, de dónde sacaba el dinero para financiar sus constantes viajes por Estados Unidos. La síntesis de estupidez no puede ser más evidente, pues esa gente parecía pensar que las aventuras de Vincent se sucedían una tras otra, sin solución de continuidad. En realidad, entre cada episodio transcurre cierto margen de tiempo, que puede ir de unos días a unas semanas, incluso algún mes. Tiempo que el protagonista dedicaba, como se comenta al comienzo de un episodio, a ganarse el pan de cada día.
Los Invasores era una serie que pedía a gritos una tercera temporada, que a mi juicio debería haberse rodado para proporcionarle un fin digno a tan espléndida producción, como se había hecho recientemente con El Fugitivo. Por desgracia, no se hizo así, y la odisea de David Vincent quedó inconclusa.
Sin embargo, sus continuas reposiciones televisivas la ha convertido, como ocurrió con Star Trek TOS, La Familia Munster, El Superagente 86 y muchas otras, en una serie de culto, cuya influencia en producciones posteriores es notable. Se la considera la antecesora de V, aunque yo prefiero la intriga y el suspense siempre presentes en Los Invasores, de un modo casi hitchcockniano, al simple espectáculo de acción ofrecido por la resistencia humana y los lagartos extraterrestres.
Hay quien sostiene que también Expediente X es, en cierto modo, deudora de la serie de Quinn Martin, pero, aparte de algunos planteamientos muy esquemáticos, no hay demasiado parecido entre ambas producciones. Tal como yo lo veo, esa cansina ambigüedad de Expediente X, esa manía de dejar las cosas en el aire, de escamotearnos las explicaciones plausibles, puede gustar a determinada clase de público, obsesionada con supuestas conspiraciones gubernamentales y tonterías por el estilo; pero yo prefiero la claridad expositiva de aquellas series de los 60 que, como Los Invasores, sólo aspiraban a entretener. A la producción de Quinn Martin se la acusó de ser demasiado repetitiva. ¿Qué decir, entonces, de Expediente X, donde todo fue lo mismo durante nueve temporadas, y, para más inri, nunca se dilucidó ninguna de las cuestiones planteadas?
Nací en 1964, así que, cuando emitieron Los Invasores en España, era demasiado pequeño para verla. Pero crecí oyendo hablar a mi madre de aquellas series de antes, que tan buenos ratos le hicieron pasar ante el televisor. Recordaba con especial cariño Bonanza, El Santo, Los Vengadores... y, claro está, Los Invasores. Las palabras de mi madre despertaron en mí el interés por ver aquellas series míticas, pero entonces resultaba imposible. No obstante, en 1982 TVE emitió los domingos un espacio titulado Recuerdo del telefilm, que ofrecía cada semana un episodio de algunas de esas series míticas. El primer capítulo de Los Invasores que pude ver fue CUENTA ATRÁS, correspondiente a la primera temporada, que, como he dicho, constó de 17 episodios. La segunda temporada tuvo 26.
Muchos años después, a principios de los 90, Antena 3 emitió algunas series míticas, entre ellas Bonanza y Los Invasores. Como aficionado a la ciencia-ficción, para mí fue un auténtico regalo ver íntegra tan legendaria producción. No me decepcionó, y, de hecho, tras Star Trek TOS y Espacio: 1999, sigue siendo mi serie favorita.
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