Freddy Krueger se convirtió a lo largo de los años en uno de los villanos más reconocibles y temidos del cine de terror. Su apariencia, voz ronca y habilidad para manipular los miedos de sus víctimas lo convirtieron en un personaje inolvidable.
La temática resulta simple, pero a la vez contundente. Un desfigurado asesino infantil acechará a los adolescentes de Springwood en sus sueños para matarlos, los cuales intentarán por todos los medios sobrevivir a las brutales pesadillas de Freddy, quien utiliza sus garras afiladas y su ingenio macabro para sembrar el terror.
Sin embargo, detrás del posterior éxito, había algunos secretos fundamentales a la hora de catapultar al personaje principal como uno de los mayores íconos del cine de los años 80, sin contar el mero hecho de tratarse de un asesino serial que no era de carne y hueso, a pesar de haberlo sido alguna vez.
El primero fue, sin lugar a dudas, la premisa de los asesinatos en sueños; fue una idea innovadora que permitió explorar temas como la psique humana, los miedos y el subconsciente, muy a pesar del antecedente de su predecesora, El túnel de las pesadillas o Dreamscape, de 1983, la cual, aunque aborda de manera excelente una temática similar, se enfoca en una dirección más científica.
El segundo resultó de la elección para el papel del por entonces casi desconocido Robert Englund. Encasillado en roles de campesino sureño hasta ese entonces, nada hacía suponer que su carrera lograría despegar, cuando para colmo de males, tras haber sido considerado para protagonizar La Guerra de las Galaxias como el mismísimo Luke Skywalker, le pidió a su gran amigo Mark Hamill —-quien no atravesaba un buen momento económico y de hecho dormía en el sofá de su casa— presentarse a audicionar para dicho personaje, consiguiendo el protagónico y dicho sea de paso, amenazar con devolver al olvido al desafortunado Englund.
Deberían pasar seis años, de 1977 a 1983, para recibir otro nuevo guiño del destino. Se trataba de un secundario, intrascendente, excepto a la hora de rellenar la principal temática argumental, pero que, gracias a su carisma indiscutible, lo arrojaría al inesperado centro de la escena. Había sido elegido para convertirse en “Willy”, el alienígena de “V, invasión extraterrestre”, enamorado de una mujer con la que concibe un híbrido, capítulo que renovó otro de los momentos de mayor rating de esa popular serie televisiva.
Atrás quedaban sus actuaciones en películas como Iting Alive de 1977, dirigida por Tobe Hooper, filmada luego de quedar “fuera” de la superproducción de George Lucas, además de Galaxia del terror de 1981, bajo las órdenes del legendario Roger Corman, siendo tenido en cuenta desde el comienzo para el género del terror, pese a sus dotes dramáticas innegables.
Apenas debió esperar otro año y tal vez hasta sin quererlo, recibiría el papel de su vida, quedando a la altura de genios del terror como Bela Lugosi, Vincent Price, Boris Karloff o Peter Cushing.
Corría 1984. La nueva década pretendía dejar en el pasado los viejos tópicos que tanto habían atraído a los amantes del lado oscuro, como el subgénero gótico, a fin de embarcarse en diferentes propuestas, incluyendo o aumentando las dosis de comedia, el humor negro, el gore y la aplicación de nuevas tecnologías para hacer la ficción quizás menos actuada, aunque otorgándole mayor credibilidad.
De esa búsqueda sobreviene Freddy Kruguer, que, a diferencia de Michael Maiers o Jason Voorges, sus dos colegas inseparables a la hora de ocasionar las peores muertes, era un ser intangible, capaz de generar en las distintas audiencias el interrogante permanente acerca de neutralizarlo al menos, frente a la eventual imposibilidad de quitarle la vida, eliminarlo. Y el actor para llevarlo a la pantalla grande antes de la chica no podía ser alguien distinto a Robert Englund, eternamente asociado al papel, al punto de resultar muy difícil concebir otro posible para el público hasta la fecha, si bien puedan existir candidatos sobresalientes.
La primera película, dirigida por Wes Craven, es considerada una obra maestra del terror, logrando crear una atmósfera de tensión y miedo constante, gracias a una excelente dirección, una banda sonora inquietante y un diseño de producción que acentúa la sensación de pesadilla. Al mismo tiempo, se abordaban temas en boga referentes a la adolescencia, la amistad y el miedo a lo desconocido de una manera realista y relatable, dando un toque de genuino realismo desde la temática fantástica.
Nunca antes había sido posible ver tanta sangre, sea en hilos o bien a chorros, ni semejante violencia excesiva para algunos espectadores, provocando el consecuente debate sobre su representación en el mundo del cine. De manera contradictoria, “Pesadilla en lo profundo de la noche" significó un hito en la historia de las películas de terror, a través del innegable impacto cultural y del objetivo superado con creces de generar miedo en estado puro, cosechando una inagotable cantidad de fans a más de cuarenta años de haber sido estrenada.
El resto del elenco, encabezado por la encantadora Heather Langenkamp como Nancy Thompson y el veterano de mil batallas, John Saxon en el papel del comisario - padre de la víctima, están muy bien ubicados en sus roles, cumpliendo con ellos a cabalidad. Desde luego, sería inadecuado hacer una crítica seria desde el punto de vista del siglo XXI. Los actores son sujetos de la experiencia de realizar las correspondientes actuaciones desde la perspectiva, las necesidades, las búsquedas de las personas de los últimos veinte años del pasado milenio, con reminiscencias de la etapa anterior.
Aunque en la actualidad se la considere una cinta de época debido a los cambios de la moda, la música, las preferencias de los jóvenes, la visión de los padres y un largo etcétera, debe tenerse en cuenta el impacto al tiempo del estreno, así el grado de sadismo resulte hasta cómico debido a la enorme cantidad de agua transcurrida debajo del puente. De hecho, el consumismo, la superficialidad, el carácter insolidario del entorno de las potenciales víctimas de Freddy, así como el egoísmo, el impulso sexual y la incomprensión, siguen siendo asignaturas pendientes ahora al igual que en ese entonces.
Tampoco es posible juzgar la precariedad de los efectos especiales, desde el stop motion del esqueleto del asesino, recordando a su similar de Terminator del mismo año, pasando por algunos superpuestos, hasta ciertas escenas de ambiente, desde una realidad donde la computación puede solucionar tales detalles.
“Pesadilla en lo profundo de la noche” debería ser observada en calidad de punto de inflexión entre el antes y el después, con un Robert Englund recargado para hacer historia, junto a una producción espectacular a las órdenes del gran director, Wes Craven. El resultado, el más novedoso de los productos de aquella vieja época dorada del género, dejó de sorprender por razones lógicas, pero no en lo referente a su alta calidad. Más si se lo pretende comparar con producciones recientes que ni aun con los adelantos tecnológicos logran superar su contenido.
Había nacido una saga por demás muy exitosa, muchas veces imitada sin igualar el contenido original. Lo que siguió más adelante fue una espiral descendente en materia de calidad o efectos especiales. Hubo escasas innovaciones argumentales y cuando se intentó dar alguna variación, no tuvo el eco esperado en la audiencia. Tal fue el caso de la forzada continuación ante el éxito de taquilla, la esperada Pesadilla en Elm Street 2: La venganza de Freddy, del año 1985.
Vendida a la altura de su antecesora, la idea de un Freddy más terrenal, surgiendo de las entrañas de uno de los personajes, ni su exposición en medio de una fiesta estudiantil en torno a la piscina de una mansión familiar, terminó de seducir a los fans, quienes de seguro esperaban el regreso del asesino serial desde lo profundo de las experiencias traumáticas de las víctimas. La inexplicable escena de los pericos, que ni siquiera logra aportar incertidumbre a la trama, los personajes planos y el enfrentamiento de la protagonista femenina hacia el epílogo, en una escena muy bien lograda al interior de la fábrica donde trabajaba Freddy, durante la cual la fuerza del amor adolescente logra hacerlo retroceder, le restaron la oscuridad inicial, aún para los parámetros de la tendencia ochentosa de saturarlo todo de comedia.
Al percibir este importantísimo detalle, los productores dieron marcha atrás dos años después cuando dieron a luz Pesadilla en Elm Street 3: Guerreros del sueño (1987), cuando en apariencia lograron reunir a varios jóvenes sobrevivientes de las películas anteriores que, internados en una clínica de salud mental, unen fuerzas para enfrentar a este todopoderoso dueño del descanso, comenzando por vencer sus propios traumas derivados de la nefasta experiencia.
Para la ocasión, el empleo de elementos de fantasía es acertado, contrariamente al de su antecesora, haciendo creíbles los de delirio si se logra omitir el mal envejecimiento de los efectos especiales, superados de forma abrumadora por las actuales tecnologías. La escena en la cual Freddy Krueger parodia un titiritero, utilizando como hilos los tendones de una de las víctimas a punto de caer de lo alto del edificio del hospital psiquiátrico, resulta antológica. Igual de convincentes son las actuaciones, en especial las de Patricia Arquette y Laurence Fishburn, emulando el del debut cinematográfico de Johnny Depp de la primera entrega, aunque más reales y menos estereotipadas.
Esta nueva película, podría afirmarse, revitalizó la franquicia. No obstante, los altibajos serían frecuentes al punto de trasvasar la popularidad indiscutible del personaje principal a la de figura clásica de culto, frente al deterioro progresivo de una idea original sin dar para más, junto a posibles variables que no funcionaban, agotando la temática.
Pesadilla en Elm Street 4: El maestro del sueño (1988) es un claro intento de reiniciar la saga, aprovechando la supervivencia de tres pacientes del internado. El añadido de la negación de la existencia de Freddy, más como forma de evadir la realidad que a modo de superar el desafío de confrontarlo con éxito, resulta novedoso para exacerbar su natural sadismo, pero no evita la consiguiente reiteración.
Entre momentos tensos u otros intensos al extremo de resultar olvidables, el film exprime nuevos hechos curiosos acerca de la biografía del atormentador noctámbulo, aportando lo mismo que podría leerse en una reseña de revistas especializadas o no tanto, para mantener activa la máquina de generar billetes a nivel taquilla o alquiler de antiguos video casetes.
El amago de final tampoco deja espacio para generar mayor inquietud sobre el eventual retorno, algo que resultaba fundamental hasta ese momento, incurriendo en idéntico error al de la segunda parte: Un desenlace demasiado rosa, con dos grandes amigos ahora conformando una romántica pareja de novios, empeñados en descalificar la franquicia. Ni siquiera a fuerza de un amor de novela gótica, sombrío, lo cual podría haber aportado algo interesante, anticipando el gran impacto posterior de dicho tipo de historias en películas como Drácula, de 1991, o la serie Crepúsculo, ya entrados los años 2000.
En el interín, los responsables del área de comercialización no dejarían de abusar de los beneficios económicos de haber creado el mito. Con un formato al estilo de la vieja serie de televisión “Alfred Hitchcock Presenta” o “La Dimensión Desconocida”, sería lanzada al mercado Las Pesadillas de Freddy, historias individuales presentadas por el mismo asesino de ficción. Así, se pretendía imitar en cierta manera a Cryptkipper de la mega exitosa “Cuentos de la cripta”, con la cual salió a competir de manera abierta.
El suceso duró dos temporadas, de 1988 a 1990; el presupuesto fue limitado pese a la presencia ocasional de actores de la talla de Brad Pitt, George Lazemby, Tímoty Bottons o Jeff Connaway, por citar algunos. Aunque el resultado fue bueno, un Freddy de forma intermitente cada siete días no logró superar a la competencia. De hecho, su participación cometió el pecado mortal de ridiculizarlo, volverlo demasiado humano, asequible, pasando sin pena ni gloria.
A mediados de 1989 llegó a los cines Pesadilla 5: El niño de los sueños, apostando esta vez con éxito a detalles biográficos de Freddy Krueger. Sin denunciar frontalmente la superficialidad de una década no exenta de convencionalismos o comportamientos superfluos, incurre en la fórmula de limitarse a mostrarlos, al trazar una línea divisoria de pleito entre padres e hijos, alimentada por la desconfianza de los primeros y el cuestionamiento como respuesta de los últimos en sucesión infinita.
Quedan por fuera los desatinos romantizoides, además de rebajarse la dosis de humor negro. A sangre de sobra, el público reclamó mayor oscuridad y se la devolvieron. Esta vez, a partir de las experiencias de la madre del serial killer, quien se había vuelto religiosa a tiempo completo luego de ser vejada al interior de un manicomio por un centenar de dementes, dando a luz nueve meses después a un verdadero hijo de las tinieblas. Los detalles prosiguen con un tratamiento magistral de cámaras, al compás de efectos especiales de idéntica factura, para el esperado cierre con signo de pregunta de cara a la secuela destinada a exterminar por fin la franquicia.
La sexta entrega, cuyo nombre traducido al castellano significa “Freddy está muerto: "La pesadilla final", no se salva ni con la participación de Yaphet Kotto, reconocido actor de películas del universo del 007 como Vivir y dejar morir o La carrera de la muerte, acompañando a Arnold Schwarzenegger. Se trató de un descarado fiasco, buscando explotar la eventual – y anhelada– desaparición del mítico personaje.
Hasta Robert Englund, lo único siempre perfecto de la saga, no pudo sortear el aspecto cómico impuesto al oscuro Freddy, como si, a falta de creatividad para mejorar el libreto, se pretendiera sabotear la historia, aplastar todo lo bueno creado. A lo sumo quedó resaltado lo malo, al convertir cada metraje en una suerte de parodia, ya no de esta película, sino del conjunto entero. El súbito desenlace viene a reforzar esta teoría a través de una explosión, dejando a la inmensa mayoría de los espectadores con la boca abierta, luego de recibir el debido tiro de gracia a sus aspiraciones de recibir el merecido final a la altura.
Tres años después de su antecesora, en el décimo aniversario de la primera película de la saga, llegaría en 1994 La nueva pesadilla, escrita y dirigida por el director original, Wes Craven. El cambio de década, el encasillamiento del personaje central, llevarían a la búsqueda de material distinto al de Freddy buscando carne fresca. De allí la incursión en el subgénero del metaterror, donde las potenciales víctimas dejan de ser los personajes interpretados, sino los actores encargados de llevarlos a la vida.
Al margen de la elaboración del guión, de contar con un Robert Englund desempeñando el doble papel del asesino y de él mismo, acompañado de otros antiguos personajes como el interpretado por Heather Langenkamp y John Saxon, era de esperarse que le faltaran las características esenciales que garantizaron la exaltación de la saga. Los premios, las nominaciones obtenidas en festivales dedicados al género, del tipo de Fantasporto o por parte de la Academy of Science Fiction, Fantasy & Horror Films de Estados Unidos, no pudieron entusiasmar de nuevo al público ni reflotar los pasados años de esplendor. Pero esa no sería la última vez.
Comenzando el nuevo milenio, se tomó la decisión de enfrentar al rey del sueño con el de la vigilia nocturna. El campo del honor elegido para conocer al mejor asesino serial de todos los tiempos fue Freddy versus Jason, de 2003, una película que obtuvo críticas dispares. Por un lado, alcanzó a reunir a los nostálgicos de aquel cine vintage en desuso, actualizando a los célebres personajes con los mejores efectos especiales de la época, además de generar curiosidad acerca de quién sería el vencedor de tan titánico enfrentamiento.
Por otro lado, volvió a recaer en los errores que llevaron a la saturación de la audiencia: Personajes planos, estereotipados, poco profundos; diálogos inconexos, rozando la estupidez o situaciones provocando humor involuntario, cuando se supone que fueron creadas con el fin de asustar. La simpleza del argumento, el desenlace ambivalente, tiene el poder de entretener, dejando la sensación pasajera de haber paladeado una gaseosa de cola casi tibia con cuarenta grados de temperatura ambiente, sin poder librar al bebedor de su sed profunda.
La revancha llegaría en 2010. Para entonces no estaría al frente Robert Englund, sino el igualmente magnífico Yaki Erley Jaley, habitual reparto de múltiples producciones jolliudenses, convocado a darle forma a una tal Pesadilla en la calle Elm. Se intentó actualizar la franquicia de cara a las nuevas generaciones, reincorporando la oscuridad en los actuales parámetros de tolerancia, al establecer una atmósfera siniestra mejor a la adecuada y, por consiguiente, pudieron recrearse instancias de tensión u horror que lograron atemorizar al público, apartado del exceso de humor negro habitual o las situaciones absurdas.
Filmada en modo remake, la respetable voluntad de construir un argumento fiel al del film de 1984 pasó factura. Aún realizando una actuación magistral, volviendo al personaje más siniestro, a Jaley le pasó lo que a cualquier actor haciendo de Los Tres Chiflados sin ser Moe, Larry o Curly. Se puso a una excelente película a la altura de las desafortunadas secuelas, señalando la eventual falta de originalidad, de sorpresa, cuando en el caso de intentar hacer lo distinto dentro de lo viejo, de seguro críticos o parte de la audiencia habrían afirmado lo mismo. Y la esencia de un pastel cocinado hace cuarenta años, con la lógica demanda de cambios necesarios, nunca puede saber igual al de la receta de origen. Más, si hay cambios sociales, políticos, culturales o de la mentalidad de las personas desde mediados de los años ochenta.
Existe la posibilidad de que el guion, bastante predecible; los personajes planos, igual a muchos adolescentes de hoy día, hayan contribuido a echar por tierra una cinta entretenida, la cual, de no producirse bajo la sombra, el estigma del consagrado mundo de Freddy Krueger, de seguro hubiera cosechado el éxito merecido en lugar de quedar en los anales del cine como una cinta fallida, porque no lo fue y, de hecho, valga la redundancia, TerrorTotal desea recomendarla a sus calificados seguidores.
Probablemente los fans no le hayan perdonado a Haley un personaje sin reírse como el de Englund, carente de toques de humor negro aún a la hora de matar, reemplazados por falta de empatía con el resto de la sociedad, introversión, odio extremo, junto al sadismo psicótico elevado al extremo, alejado del espíritu de las comedias de los últimos veinte años del pasado siglo. Por tema de preferencias, de contexto, eso también era imposible.
Tal vez el cine, que no es propenso a dar demasiadas segundas oportunidades, intente futuras producciones de Freddy Krueger con más fortuna, como lo supo hacer con Drácula y Frankenstein, entre otras, pero formando a las generaciones posteriores para aceptar que las obras maestras son irrepetibles e inviables en el tiempo presente. Pesadilla en lo profundo de la noche pertenece a ese selecto grupo de joyas inigualables, contundentes, certeras, muy bien ambientadas, con actuaciones sobresalientes. Pero si se desea rehacerla, debería permitírsele a los flamantes valores dramáticos establecer sus improntas, apartados de la necesidad de imitar, volando con alas propias para la construcción de alternativas distintas, quizás respetando la esencia, aunque sin el deber de reiterar, sujetos a una rigidez capaz de conducir al inevitable estancamiento.
Se trata de generar nuevas obras, llamadas a convertirse en clásicos de culto del mañana, donde logren brillar los grandes artistas inspirados gracias a Robert Englund, Wes Craven, la naturaleza del lado oscuro, siguiendo criterios propios y el sagrado objetivo, el supremo deber de darle forma a lo que algún día será el futuro.
Escribe:
CARLOS ALBERTO RICCHETTI
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