“La primera víctima fue Yasir, de 14 años. Le pusimos una máscara de cianuro y ácido sobre la cara. Murió en segundos. (…) ¡Nuestro experimento de matar a un adolescente fue un éxito!”. Esta confesión corresponde a Javed Iqbal, un pederasta que, con ayuda de varios secuaces, mató a cien niños como venganza hacia la Policía. Era la segunda misiva que enviaba, esta vez al periódico Daily Jang. La primera fue directa a las autoridades pero hicieron caso omiso de su relato y se negaron a investigar los hechos. Tan solo cuando salieron a la luz los terribles asesinatos cometidos, Iqbal decidió entregarse.
El denominado ‘monstruo de Lahore’ violó, descuartizó y mató a un centenar de menores, que vagaban por las calles de esta localidad pakistaní, para evidenciar la ineficacia del sistema. El juez lo sentenció a la pena de muerte siguiendo la ley del talión. Iqbal tenía que morir tal y como hicieron sus víctimas: “Ojo por ojo, diente por diente”.
Un líder
Javed Iqbal Mughai nació el 8 octubre de 1961, en Lahore (Pakistán). Oriundo de una acomodada familia numerosa (era el cuarto de ocho hijos varones), perteneciente a una comunidad de comerciantes y seguidores de la orden sufí Chishti Sabri (una rama más espiritual y menos estricta de la tradición del Islam), el pequeño destacó desde su infancia por su inteligencia, su fuerte liderazgo y don de gentes, y por obtener buenas notas en el colegio.
Su arrolladora personalidad le llevó a ser elegido por un santo que peregrinaba en Karachi. Tenía diez años y aquella experiencia le marcó: tuvo visiones proféticas (algunas se hacían realidad) y comenzó a ser el centro de atención y a tener numerosos adeptos que le pedían consejo. Aquello hizo que desarrollara una personalidad un tanto egocéntrica: la mayoría buscaba su bendición y escuchar sus historias.
Pero Javed no logró conquistar a todo el mundo. Hubo un profesor que le castigaba a menudo y que generó en él tal sentimiento de resentimiento y frustración, que pasó de ser el típico chico popular y comunicativo, a un individuo solitario, intolerante, iracundo y muy hostil. A partir de entonces, el joven se autoaisló y dejó de acudir a fiestas de amigos y compañeros, pero no impidió que se graduara y que iniciase sus estudios universitarios. Javed quería ser periodista, aunque su despertar sexual (descubrió sus tendencias homosexuales) le hizo romper con su presente y abandonar la carrera.
Fue en esta época, a sus veinte años, cuando se volcó en el estudio del Antiguo y Nuevo Testamento de la Biblia y otros escritos religiosos, además de enfocarse en ayudar a los más necesitados, principalmente a niños abandonados o de la calle.
Así comenzó su abnegada labor como protector de menores que se encontraban en la miseria: les dio alimentos y dinero, e incluso, adaptó salones de juegos con aire acondicionado para su divertimento. Sin embargo, tras estos gestos de caridad se escondía un auténtico depredador sexual, que campaba a sus anchas, a la vista de todos y sin levantar sospechas. Mientras tanto, la familia de Javed le presionaba para que contrajese matrimonio.
Se casó con una adolescente de diecisiete años con la que tuvo un hijo, pero a los dos años ella lo abandonó tras acusarle de sodomizar a un niño de la calle. Nadie hizo caso a dichas acusaciones y el pederasta continuó dando rienda suelta a las agresiones sexuales, hasta que fue detenido a finales de 1990 por abusar de otro menor en plena calle.
La venganza
El padre del pequeño lo sorprendió, Iqbal huyó corriendo, mas la Policía logró darle caza y detenerlo. Lo acusaron de abuso de menores y salió en libertad después de que su familia pagase una cuantiosa multa. Algo similar ocurrió cuando violó a otros dos niños: no terminó en la cárcel porque pagó las astronómicas multas con el dinero que su padre le dejó tras su muerte.
El 17 de septiembre de 1998, Javed y uno de los muchachos que tenía contratado sufrieron una grave paliza que le dejó importantes secuelas físicas. Los menores que los atacaron le fracturaron el cráneo, la mandíbula y la espalda: estuvo gravísimo. “Me habían golpeado. Mi cabeza estaba aplastada, mi columna vertebral rota y me quedé paralizado. Mi madre lloró por mí”, contó.
Una vez recuperado, Iqbal recibió un nuevo mazazo: la muerte de su madre. Aquello generó en él un sentimiento incontrolable de rabia y frustración que, unidos a la inutilidad de la Policía por no detener a los agresores, supuso una catarsis. Fue a partir de aquí cuando el pederasta se convirtió en asesino e inició su particular vendetta. Como no pudo localizar a sus agresores, trazó el siguiente plan: asesinar de forma metódica a cien niños. Era su forma de vengarse de la Policía que tan poco le había ayudado a dar con quienes casi acaban con su vida.
A su promesa de matar a un centenar de niños, principalmente vagabundos o abandonados, se añadía la de confesar los crímenes para después suicidarse. Quería demostrar que el sistema era corrupto e ineficaz.
Para que el plan saliese bien, Iqbal se valió de la ayuda de otros tres niños, a los que engatusó con dinero y regalos. El método de captación siempre era el mismo: gracias a su local de ocio y de videojuegos, el pederasta atraía a niños sin recursos y les ofrecía dulces o dinero. Sus secuaces hacían de señuelo para que el menor en cuestión no desconfiase de las intenciones del adulto y así llevarlo a su casa.
Una vez en el interior del domicilio comenzaba su particular ritual del horror: los violaba salvajemente y tras matarlos, descuartizaba sus cuerpos y los introducía en bidones con ácido. Era la mejor manera de hacer desaparecer un cadáver sin que nadie se enterase. Una vez que los restos estaban disueltos, los vertía en las alcantarillas de la ciudad que desembocaban en el río Ravi.
En ácido
Poco más de un año después, el 22 de noviembre de 1999, Javed dio por concluida su venganza y envió una carta a la Policía. En ella explicaba sus crímenes y emplazaba a los agentes a que lo detuviesen. Pero no ocurrió: nadie dio por veraz su testimonio. Un mes después, el 30 de diciembre, la redacción del periódico Daily Jang recibió una segunda misiva donde explicaba el apaleamiento durante el robo y cómo las autoridades se cruzaron de brazos. “Yo estaba furioso por el comportamiento de los asaltantes y el papel de la injusta policía”, escribió. Así que “decidimos con mis amigos poner el plan en marcha. Mataría a cien adolescentes que estuvieran fuera de sus casas”, proseguía.
“Nos las ingeniamos para obtener 16 latas y 3 bidones de plástico para llenarlos de ácido sulfúrico, ácido clorhídrico y cianuro. La primera víctima fue Yasir, de 14 años. Le pusimos una máscara de cianuro y ácido sobre la cara. Murió en segundos”, aseguraba el asesino.
Los cómplices de Javed Iqbal
En la carta Iqbal describía todo el proceso de descomposición y de cómo su “experimento” había sido todo “un éxito”. Además, confirmó que ese “baño de sangre” se prolongó durante seis meses y que, en ese tiempo, Dios le “ayudó en la venganza”. Así que “ahora que he conseguido mi plan de matar a cien niños, no puedo esperar para compartir la noticia con el resto del mundo. No puedo mantenerlo más en secreto”.
Junto al mensaje, Javed adjuntó un listado con los nombres de las víctimas y las fechas en las que perpetró los crímenes, además de 57 fotografías de los menores. “Estoy pensando declararme culpable en nombre de mis amigos y asumir en soledad el castigo impuesto, ya que fui yo quien les pidió que me ayudaran en este plan maestro. Espero tener éxito en mi propósito con la gracia de Dios, Amén”, finalizaba.
Al día siguiente, el depredador se personó en la comisaría y les contó lo que había hecho. Lo hizo con una tranquilidad pasmosa, sonriendo de satisfacción y sin perder detalle alguno. “No temo a la muerte”, llegó a decir a sabiendas de la condena que le impondría el tribunal.
Cuando los investigadores registraron su propiedad se toparon con: varios bidones con ácido y restos de huesos humanos, 85 pares de zapatos o sandalias acompañados de las fotografías de las víctimas, y un cartel que decía, “estos cuerpos no han sido eliminados con el propósito de que la policía los encuentre”. Además, Iqbal entregó un diario con treinta y dos páginas con todos los detalles de los truculentos asesinatos.
Perfil
El abuso sexual infantil (también, abuso sexual de personas menores de edad) es la conducta en la que un niño es utilizado como objeto sexual, existiendo o no una relación con la persona, y siendo esta simétrica o asimétrica. Es decir, que exista vulneración ya sea por un par o por una persona donde haya desigualdad, en lo que respecta a la edad, a la madurez y al poder.
También definido como forma de maltrato infantil que consiste en la realización de conductas sexuales con una persona menor de edad sirviéndose de una relación de desigualdad (edad, fuerza física, capacidad de amenaza, etc.). Es cualquier clase de placer sexual con un niño, niña o adolescente (NNA) obtenido por parte de una persona (adulta o no) desde una posición de poder o autoridad. No es necesario que exista contacto físico (en forma de penetración o tocamientos) para considerar que existe abuso sexual, solamente es necesario que se utilice al NNA como objeto de estimulación sexual. Este concepto incluye el incesto, la violación, la vejación sexual (tocamiento/manoseo con o sin ropa, alentar y/o forzar –o permitir– a un NNA para tocar de manera inapropiada al abusador) y el abuso sexual sin contacto físico: seducción verbal, solicitud indecente, exposición de órganos sexuales para obtener placer sexual, realización del acto sexual o masturbación en presencia de una persona menor de edad. Se comete abuso sexual en los contactos e interacciones entre una persona adulta y un NNA cuando la persona adulta (agresora) utiliza al NNA para estimularse sexualmente o estimular al NNA o a otra persona. También existe abuso sexual cuando una persona menor de 18 años, siendo significativamente mayor que la víctima y estando en una posición de poder o control sobre otro, realiza con ella cualquier tipo de práctica sexual. En el marco del análisis e intervención social, el abuso sexual se entiende como un problema de carácter transversal: está presente en todas las culturas y sociedades. Se trata de una manifestación determinada por factores individuales, familiares y sociales. En todo caso representa una interferencia en el desarrollo evolutivo del niño o niña y puede dejar secuelas definitivas.
Se trata de un problema universal que está presente, de una u otra manera, en todas las culturas y sociedades y que constituye un complejo fenómeno resultante de una combinación de factores individuales, familiares y sociales. [...] Supone una interferencia en el desarrollo evolutivo del niño y puede dejar unas secuelas que no siempre remiten con el paso del tiempo.
En la mayoría de los casos el abuso sexual es una experiencia traumática. El niño lo vive como un atentado contra su integridad física y psicológica. Puede afectar a su desarrollo psicoemocional, así como su respuesta sexual en la vida adulta, por lo que se considera un tipo de maltrato infantil. Las respuestas psicoemocionales y secuelas en niños pueden ser similares a las que se observan en casos de maltrato físico, abandono emocional, etc.4 La mayoría de las víctimas requieren apoyo psicológico para evitar sufrir secuelas del abuso en su vida adulta.
La legislación internacional y la de la mayoría de los países modernos considera que es un delito, aunque los conceptos psicológico y jurídico del abuso no siempre coinciden, y no existe consenso sobre los procesamientos jurídicos de los agresores.
Los estudios sobre el tema muestran que la mayoría de los agresores son varones (entre un 80 y un 95 % de los casos) heterosexuales que utilizan como estrategia la confianza, los lazos familiares, el chantaje y la manipulación para consumar el abuso. La media de edad de las víctimas está entre los 8 y los 14 años. En estas edades se produce un tercio de todas las agresiones sexuales. El número de niñas que sufren abusos es entre 1,5 y 3 veces mayor que el de niños. Según un cálculo de las llamadas «cifras ocultas», entre el 5 y el 15 % de los varones han sido objeto en su infancia de abusos sexuales. El género es un factor determinante para la detección del abuso sexual.
Entre el 65 y el 85 % de los agresores pertenecen al círculo social o familiar de la víctima. Los agresores desconocidos constituyen la cuarta parte de los casos y, normalmente, ejercen actos de exhibicionismo y son dirigidos a niños y niñas con la misma frecuencia. Entre el 20 y el 30 % de los agresores son menores.
Los testimonios de las personas que han sido objeto de abusos sexuales suelen ser ciertos. El síndrome de la «memoria falsa» o falsos recuerdos es poco frecuente en adultos supervivientes de abuso sexual debido a que se trata de sucesos que dejan una impronta muy relevante en la memoria.
La APA (American Psychological Association ‘Asociación Psicológica Americana’) cuestiona la existencia del síndrome de memoria implantada (no reconocido por el DSM-IV). En su informe oficial sobre el tema declara que no se debe considerar que los recuerdos de abuso sexual infantil de los adultos sean falsas memorias implantadas (aun cuando no haya pruebas que permitan interpretarlos literalmente como verdades históricas), ya que existen pruebas de que los abusos sexuales padecidos durante la infancia pueden ser tan traumáticos que algunas veces se olvidan y reaparecen en la adultez.
En algunos casos se observa disociación y amnesia selectiva: la víctima elimina recuerdos dolorosos o traumatizantes ocurridos durante el período en el que ocurrió el abuso.
Solo el 7 % de las denuncias presentadas por niños resultan ser falsas, aunque este porcentaje aumenta considerablemente cuando el niño o niña está viviendo un proceso de divorcio conflictivo entre sus padres.
El abuso sexual a menores se define desde dos ópticas que no siempre coinciden: la jurídica y la psicológica. Por ejemplo, en México la legislación está determinada por cada entidad y no existe un consenso jurídico sobre la tipificación de estos delitos. La valoración jurídica de los delitos depende del grado de contacto físico entre los órganos sexuales del agresor y la víctima, algo que no está necesariamente correlacionado con la variación en el grado de trauma psicológico.
Desde el punto de vista jurídico, los abusos sexuales a menores se han concretado en figuras como la violación, el abuso deshonesto, y el estupro.
Existen problemas para definir con precisión el concepto en psicología; estas son algunas diferencias entre los criterios:
La existencia de coacción o sorpresa por parte del agresor. Para muchos autores, la mera relación sexual entre un adulto y un niño, ya merece ese calificativo, ya que se considera que ha mediado un abuso de confianza para perpetrar el abuso.
La existencia de contacto corporal. Aquellos que no lo consideran necesario, incorporan al concepto de «abuso» el exhibicionismo, esto es, el acto de forzar a un menor a ver material pornográfico o relaciones sexuales entre adultos, o a participar en escenificaciones sexuales.
En la mayoría de los estudios la edad máxima considerada para el menor oscila entre los 14 años. Para el agresor se considera una diferencia de edad mínima con el niño que oscila entre 5 y 13 años (mayor que la del niño). Algunas investigaciones consideran abusos sexuales ocurridos entre jóvenes de la misma edad.
La relevancia del abuso sexual «percibido». Se considera específicamente como caso de abuso sexual a un menor aquel que tienen repercusiones clínicas, es decir, si el niño presenta alguna sintomatología física relevante: dolor pélvico o anal, enuresis, encopresis, terrores nocturnos, falta de apetito o glotonería inexplicable, crisis de llanto, cambios de conducta y estado de ánimo, entre otros.
No obstante, existe cierto consenso en la idea de que: el límite que traspasa la evolución natural de la sexualidad infantil nos permite hablar de una sexualidad abusiva que se produce en el momento en que el/la menor pierde el control sobre su propia sexualidad y con ello del autodescubrimiento de su cuerpo y su placer para ser instrumentalizado en beneficio de un placer ajeno del que no es protagonista, y con una persona con la que está en una relación de asimetría de algún tipo de poder: control, edad, madurez psicológica o biológica.
El monstruo
Tras el hallazgo, la Policía detuvo al pederasta y a sus tres cómplices por asesinato. “Él es un Satanás en forma de humano. De hecho, es una bestia y un hombre tan cruel para la humanidad, que es una vergüenza etiquetarlo como ser humano...”, llegó a decir el juez Allah Bakhash sobre el acusado. Este, aunque en un principio reconoció los crímenes en entrevistas ante los medios de comunicación asegurando no sentir “remordimientos”, una vez en sede judicial se declaró inocente negando cualquier tipo de participación. No le valió de nada porque el magistrado lo condenó basándose en la ley del talión.
“Javed Iqbal ha sido encontrado culpable de 100 asesinatos. La sentencia es que debe ser estrangulado 100 veces en Minar-e-Pakistán. Su cuerpo será cortado en 100 trozos y puesto en ácido como él hizo con sus víctimas. Morirá delante de los padres cuyos hijos ha asesinado”, dijo el juez Bakhash.
Respecto a sus cómplices uno de ellos también fue condenado a la pena capital y los otros dos a 182 y 63 de cárcel respectivamente. No obstante, aunque Iqbal fue sentenciado a muerte, el Consejo de Ideología Islámica revocó el veredicto ya que profanar el cadáver de un condenado va en contra de la enseñanza islámica. Finalmente, se le impuso una pena de 700 años de cárcel.
Cuatro días después de confirmarse la sentencia, en octubre de 2001, Javed y unos de sus colaboradores aparecieron muertos en sus celdas de Kot Lakhpat. Aparentemente se habían ahorcado con las sábanas, pero las posteriores autopsias revelaron que sus cuerpos presentaban multitud de golpes. Aun así, los fallecimientos se calificaron como suicidios.
Fuente: LA VANGUARDIA (ESPAÑA)
Fuente: LA VANGUARDIA (ESPAÑA)
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