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¿Hay vida después de la muerte?





Una vez terminado el juego, el rey y el peón vuelven a la misma caja, dice un proverbio italiano. Se trata de un gran recordatorio sobre la inevitabilidad de la muerte, si bien el rezo también permite planteamientos más profundos: ¿qué harán ese rey y ese peón mientras estén en la caja? Desde la perspectiva humana, es más ilusionante pensar que ambas piezas seguirán siendo parte de algo, ya que toparse con la «nada» sería una absoluta decepción. Precisamente por eso las primeras civilizaciones ya incorporaron creencias animistas en sus sociedades: pensaban que todo en la naturaleza tenía un espíritu inteligente inmortal.


Esta idea sentó las bases de la noción de la vida después de la muerte, ya que las personas de la Antigüedad también buscaban, tal como hacemos actualmente, dar sentido a los misterios de la existencia. Asimismo, esa consciencia eterna ofrecía un halo de esperanza a aquellos que tenían la muerte en los talones. Era una explicación que daba sentido a la vida terrenal, aliviando la ansiedad de aquellos que veían que todo se iba a acabar sin poder ponerle remedio. De este modo, se dice que la vida después de la muerte aporta confort en momentos de duelo, dado que los fallecidos no marchan, sino que nos esperan «al otro lado». Según esta concepción, en cualquier momento nos los volveremos a encontrar.


A lo largo y ancho de la historia, filósofos y profetas han jugado un papel esencial en la articulación de este discurso. En la Antigua Mesopotamia, por ejemplo, se creía que los muertos eran enviados a un mundo subterráneo de donde no podían salir, razón por la que en vida debían reverenciar a las deidades huéspedes de ese lugar. La mitología Egipcia, en este sentido, trazó la transición de la vida a la post-vida como un camino mucho más intrincado, con rituales funerarios y pruebas herculianas con el fin de llegar al reino de Osiris. Más tarde, el judaísmo, el cristianismo y el islam fueron grandes impulsoras la filosofía de ultratumba. La fe puso sobre la mesa elementos tan explícitos como el paraíso, el infierno, la resurrección y el juicio divino. Los profetas de cada corriente distribuyeron estas creencias entre sus seguidores, y las mantuvieron a través de textos sagrados o hipotéticas revelaciones divinas. Hoy por hoy, la perspectiva dualista, cuyo representante podría ser René Descartes, sugiere que la mente es independiente del cuerpo físico, por lo que cuando este segundo muere, el alma  prevalece. Por eso, el argumento del dualista para creer en algo tras la muerte no tiene por qué estar relacionado con la religión, sino con una inferencia lógica a partir de sus premisas.

La fe puso sobre la mesa elementos tan explícitos como el paraíso, el infierno, la resurrección y el juicio divino

Los escépticos, por el contrario, no comulgan con esta idea, y se basan en la falta de evidencia empírica al respecto. De momento no hay datos verificables ni reproducibles sobre la existencia de vida después de la muerte, por lo que es complicado afirmar y divulgar que la consciencia humana trasciende la desaparición física. Esta opinión surge –normalmente– de la cosmovisión materialista, que postula que cualquier estado mental es producto de procesos neurobiológicos complejos dentro del cerebro. Por tanto, si el cuerpo deja de funcionar, el cerebro también, y con él cualquier experiencia de consciencia.


Por otro lado, existencialistas como Jean-Paul Sartre enfatizaban que la muerte tenía una finalidad, o sea, el fin inequívoco de la existencia humana, razón por la que llegó a decir que «un hombre se involucra en la vida, deja su huella en ella, y fuera de eso no hay nada». Para él, la vida después de la muerte era una ilusión del ser humano para no perder la esperanza. Por último, la evidencia clínica es también debatible: es difícil de interpretar las experiencias extracorporales, las luces al final del túnel o los ángeles-guía, que a menudo se utilizan como demostración de la ultratumba. 


Lo único más o menos claro es que muchas personas, cuanto más se acercan a la muerte, más sensación tienen de no llegar al fin de su existencia, sino al comienzo de un viaje mucho más largo. Ante esta situación, lo esencial es abordar la reflexión reconociendo las incertidumbres inherentes a este debate, pues al fin y al cabo nuestro juego no ha terminado: aún no hemos pasado por la caja de ajedrez, seamos reyes o seamos peones.



Fuente: ETHIC

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